miércoles, 2 de diciembre de 2009

Hora de estudio

Las teclas de los cinco ordenadores que hay en la sala, las páginas de libros que se pasan y de apuntes que se aburren entre las manos de quienes los hojean y decoran, los leves murmullos de los que han venido en pareja, o en grupo para hacer cualquier cosa, el ventilador de un ordenador de sobremesa, el aire, silencioso, vacío, acogedor y valiente, con buena temperatura a pesar del frío que hace en la calle.

A mi lado se sienta un chico, coge su periódico, lo abre y empieza a leer. Parece interesado: ¿votaría ayer en las elecciones a rector? Si votó, ¿llevaría el sobre que depositó en la urna el nombre del candidato ganador?

Una chica aparece por la puerta, como tímida, y se suenta en una de las primeras mesas que hay. Bebe de su botella de agua mirando hacia donde estoy. Se da cuenta de que la estoy mirando y baja la cabeza, como intimidada, se le nota en la mirada que no quiere llamar la atención, pero la mía ya la ha llamado, y no porque sea una de estas chicas resplandecientes que parecen que van envueltas en un halo de perfección, sino por su simpleza. Vuelve a mirar hacia aquí, se sonríe, con una de esas muecas que soltamos cuando nos damos cuenta de que nos van a hacer una foto y no lo esperábamos. Agacho la cabeza y me sonrío, esbozo una sonrisa y levanto otra vez la cabeza. Ahora ella suelta de vez en cuando alguna miradilla furtiva, entre asustada e intrigada. Me ha caído bien.

En la misma mesa en la que estoy sentado hay una chica morena, de ojos rabiosos de fiesta, negros, como los gatos, con una nariz pequeña y avispada, unos labios pálidos pero vivos, alegres, ni muy carnosos ni muy esqueléticos, si es que los labios pueden ser esqueléticos. Levanta la mirada y sonríe, guiña un ojo, mira hacia mí y se vuelve seria, como avergonzada. -El chico del periódico ha emepzado a darle pataditas con la rodilla a la mesa, no es una sensación muy agradable escribir con el ordenador moviéndose...- Miro hacia atrás y veo al chico al que esta morena de ojos brillantes ha sonreído. Se levanta, pasa junto a ella y le deja un trozo de papel, como cuando somos críos. Ella lo abre y se sonríe con un gesto que conquistaría a cualquiera. Se gira para mirarlo y ve cómo desaparece por la puerta, se vuelve a sus cosas, las contempla como preocupada, las mete en la mochila sin orden ni concierto y se va hacia la puerta, su salida a la libertad del momento.

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