domingo, 5 de junio de 2011

Y yo me iré

Me empiezo a ir sin terminar del todo.

Llueve en Salamanca esta tarde, pero, a pesar de ello y de las nubes oscuras que se ven sobre todo el cielo, desde una de las puertas del balcón del salón de mi casa, se ve un hueco bien claro en el cielo. La lluvia no es fuerte, ni estridente, y me recuerda al primer verano en Alemania. Se nota, supongo, la cercanía del viaje.

He estado limpiando el salón, la habitación, los huecos y los recuerdos, he desempolvado momentos y armarios que ya nunca más volveré a usar. Desde pronto. Me voy. Este piso que pronto dejaré, no ya menos de un mes, sino, si todo va bien, menos de quince días, ha sido mi refugio durante el curso. Diez meses, algo menos. Y he de reconocer que he vivido más que a gusto entre estas pocas paredes, con esta cocina a trozos y a plazos, con los pocos muebles y la falta de televisión. Pero no ha sido mi hogar. No habré sabido, digo yo, construirlo como tal.

He apagado la música, la radio también está apagada, y me he tumbado en la cama a pensar cómo organizarlo todo, cómo meterlo todo en cajas que no volverán a pasar por aquí, cómo llevarme los libros, la ropa, los pocos muebles propios, etc. de un único viaje con el coche sin la obligación de volver para encontrar el vacío donde antes había aún futuro. Y me acuerdo de Marco Stanley Fogg, vaciando su casa de libros que va leyendo para vivir lo que su tío, para comer de ellos, de su venta. Y del vacío de su piso. El mío no quedará tampoco así.

Pero la sensación es extraña, tener que meter todas las cosas en cajas, como cuando vas a tirarlas, cambiar el rumbo en dirección a casa, cambiar de ritmos, de vecinos... Cambiar, en definitiva, irse, definitivamente.

Nunca, desde hace unos días que lo releí, había sentido tan cercano "El viaje definitivo", por el irse, por las campanas de San Esteban, por los pájaros que, ahora, como si leyeran lo que escribo, cantan.

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