martes, 14 de febrero de 2012

Pequeño diario de un viajero

Volver a la habitación vacía y desordenada de un invierno frío y seco tras el viaje no reconforta. Deshacer la mochila en la que va sobre la espalda el tiempo desaparecido -y nunca perdido- es reconocer la victoria de la desidia, del cansancio y el pasado. La derrota propia en la lucha por la permanencia.

El avión vuela ya desde el presente a un tiempo incierto: como era el venir, y ya dejó de serlo. No hay vuelta sin ida, pero siempre la ida tiene una vuelta. Siempre. Porque si se abandona, se huye, y la huida no es más un nuevo comienzo, una ruptura total.

La nieve se acumula en los cristales, choca contra ellos y contra ella misma, sobre el suelo, sobre el hielo que inunda los lagos, que da permiso a patinadores para caminar, como Jesús, sobre las aguas. Esta nieve que recibe a los novatos en el país no es siquiera un enemigo de quien la encuentra día tras día al salir a la calle, desde la habitación cálida y acogedora en la que se suceden los sueños, de quien, con los pies desnudos sobre el suelo enmoquetado, la observa al otro lado de su fortaleza con una taza humeante en las manos. Té caliente. La luz es tenue y suficiente. A veces incluso sobra.

Han pasado más de doce horas desde que salí y aún no he alcanzado el destino de esta locura extraña y, quién sabe si, absurda. Sobre los raíles el tren avanza con precisión y sin prisa, casi en silencio en una noche fría, supongo. Avisan por megafonía de que estamos llegando a la estación, fin del destino, creo entender. Gracias por usar el servicio, supongo entre sonidos guturales y curiosamente nasales. Las luces de la ciudad dan por bueno el viaje y, cuando empieza a divisarse el andén, dirijo la mirada en busca de quien espera, entre un abrigo grueso y necesario, una bufanda, gorro y guantes. Ahora sí, éste es el destino: la casualidad y la busca.

Es de noche y aún voy dormido, me cuesta andar. El viaje se hará largo, la estancia breve. No quiero ni pensar en la vuelta.

1 comentario:

  1. Sin duda, parece que cuando estás ante una situación así te parece lo más absurdo del mundo, pero sin duda también, uno se reconforta al mismo tiempo con la idea de ello. Los viajes, como experiencias, son lo más incómodo que he conocido nunca, y a la vez lo más gratificante que he podido experimentar. Y esa vuelta, que hace que lo vivas todo con tanta rapidez, hace que lo absurdo vuelva a tu cabeza... es un círculo sin fin. Y Sin duda, finalmente, esta es la reflexión del inconformista que no sabe que ama viajar.

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