En cierto sentido uno no elige, muchas veces, lo que hace o deja de hacer. Las cosas vienen dadas, impuestas o aceptadas, sin muchas dudas o preguntas, las decisiones se toman por inercia, a veces, porque alguien ha demostrado, inculcado, hecho o deshecho cualquier tipo de cosa, espectáculo o favor que nos hace cambiar, de repente, la forma de ver algo, de entender algo, de pensar algo.
Yo estoy donde estoy por muchas razones. Primero quise ser traductor, hablar mil idiomas y ser capaz de transmitir el conocimiento de unas lenguas a otras. Luego supe -o más bien me hicieron saber- que eso no era lo que realmente quería, que lo que quería era dar clase, ser profesor y ser filólogo. Decidir qué filología no fue tarea fácil, si hubiera sido por seguir el ejemplo de quienes me mostraron las virtudes de estos estudios, sería clasicista o hispanista, sin ninguna duda. Supongo que fue por esa disyuntiva, por no saber cuál de los dos mejores caminos elegir, que elegí la tercera vía, la propia, la de lo conocido sólo a medias y el buen recuerdo de la poco conocida Alemania y su gente. Sinceramente no creo haberme equivocado, a pesar de todo.
Luego vino elegir Salamanca. Esa tarea fue bastante más sencilla. Una vez elegida la carrera, fue por eliminación. No había muchas más opciones que me convencieran y que fueran asequibles para una familia de clase media, con hipoteca y dos hijos. ¿Gastos de uno estudiando fuera? Ja. En fin, que mis ganas de ser traductor y estudiar en Granada se fueron por el retrete al poco de entrar en primero de Bachillerato. No las de Granada, esas siguen intactas, sólo las de traducción.
Pero Salamanca también se acaba y ahora toca elegir otra vez. Y otra vez sé que Granada no será. Antes no pudo serlo, tampoco ahora. Pero bueno, eso importa poco, porque cambiar de ciudad es cambiar de vida, y cambiar de vida es cambiar de todo, y más ahora. Aun así, aunque la ciudad aún no esté clara, tampoco hay claro nada. Hace cinco años, después de los exámenes de la PAU y antes, tenía(mos) instrucciones muy claras: "Disfrutad de la que va a ser la mejor época de vuestra vida, seréis más pobres que las ratas, eso sí, pero os dará igual". Ahora no hay instrucciones. De aquí a un par de semanas se habrá acabado la vida como universitario (a falta de siete asignaturas de una carrera inacabada y tal vez inacabable), para pasar a ser alguna otra cosa todavía desconocida. ¿Qué se hace ahora, qué hay después de lo que en tu vida se supone que ha sido lo mejor de lo que va a haber siempre? ¿Quién lo sabe y cómo se afronta? ¿Habrá de repente aulas repletas de niños? ¿De adolescentes? ¿De adultos? ¿Habrá siquiera aulas? ¿Será ahora mesa y no pupitre? ¿Qué y dónde? ¿Cómo se enfrenta ahora uno al final? Porque el principio se desconoce cuándo llegará, pero el final tiene una fecha. Se acaba, de momento, Salamanca, vivirla, vaya, no recordarla, eso nunca, ni a ella ni a quienes la hacen.
Se os hará corto, decían. Vaya si tenían razón. Aun así, cambiar, no suele ser para mal.
Gracias
ResponderEliminarDar las gracias nos corresponde a nosotros, a mí en este caso. Esta entrada pretendía ser eso, un poco al menos.
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