sábado, 7 de junio de 2014

Diarios y desganas

Hace unos años, en Alemania, en Heidelberg, en verano, me compré una libreta, bien sobria y bien cara, para escribir en ella de todo y más: anotaciones, direcciones, números de teléfono, anécdotas, poemas, etc. Todo lo que me fuera necesario en algún momento, porque sí, por recordar, por un viaje inesperado. Lo que fuera. En un principio pensaba terminarla en un año, como mucho, y ya va camino de cumplir el tercero si nada lo remedia.

Está más bien estropeada, no porque yo la haya tratado mal, sino porque ha venido conmigo a todas partes desde que la tengo. Solía -ya no tanto y no sé porqué- llevarla en el bolsillo, en la mochila o donde fuera, por si tenía que anotar algo, pegar algo o guardar algo. Una de esas veces que la llevaba conmigo me cayó encima el mayor chaparrón de mi vida. No exagero. Tardé cinco minutos en llegar de mi casa a la parada del metro, en Bonn. Cogí el metro para dos paradas nada más, pero desde mi casa a la parada se puso a llover como si se acabara el mundo. Ya llovía, no es que empezara, así que yo iba con mi abrigo y preparado para lo que pudiera pasar, botas, calcetines, libros más o menos cubiertos entre plásticos, de todo. Pero fue inútil. La mochila con los libros sobrevivió, pero se acabó rompiendo una de las costuras. Y los libros... bueno, uno tiene sus heridas, pero los apuntes... alguno tuve que tirarlo y otros suerte que estaban en una carpeta de plástico. Bendito plástico, a veces. La libreta, eso sí, no se salvó de la tragedia. Ahora mismo está cogida con celofán, la cuerdita gris que hace las veces de punto de lectura se salió y tuve que volver a pegarla de mala manera, las hojas parecen un mar embravecido y cansa muchísimo escribir en ellas porque están duras y no retoman una forma plana por nada del mundo... El bolígrafo negro con el que suelo escribir acabó destiñéndose por el agua y en algunas hojas, sobre todo las del principio, las letras se llegan a triplicar en colores que van desde el morado al rosa... En fin, que supongo que tendré que cambiarla por comodidad, de nuevo. Digo por comodidad porque las pocas hojas que le quedan son las más dañadas y me cuesta mucho escribir en ellas. Me cuesta escribir físicamente, digo, porque psicológicamente, como podéis comprobar quienes leéis esto, me lleva costando unos meses...

En principio la libreta era para escribir. Escribir de forma creativa quiero decir. O para apuntar cosas necesarias. Luego pasó a ser una libreta en la que apuntaba cosas que leía, citas, referencias, esquemas... un poco de todo. La compré cara para no tirarla. Siempre he tenido esa manía de tirar, romper o quemar las cosas de mi más tierna juventud de escritor que no es, de poeta que nunca fue, de narrador que sigue queriendo. Nunca me ha gustado releerme, y mucho menos releerme y pensar "pues vaya mierda". No, nunca. Por eso pensé que si me gastaba un dinero que me parecía excesivo, luego no tiraría la libreta. Una forma de autoimponerme el recuerdo y el reconocimiento de lo pasado y la evolución. Quizá sólo sea un absurdo, quién sabe.

El caso es que la libreta ahora tiene de todo dentro. En su bolsillito guardo billetes de metro en idiomas que no entiendo, entradas de museos, billetes de avión de personas ajenas, reservas de cenas que ya comí, billetes de tren pagados a destiempo y tres nombres, de tres cantantes alemanes, de una historia, de un cuento, que reescribo siempre y que es real, de la chica del avión, de aquella que me dijo "man sieht sich immer zweimal im Leben".


Y, entre las hojas, además de mis historias, de mis días y mis noches, citas, como digo, direcciones, de gente que me leerá y lo sabrá y gente que no. Direcciones de residencias pucelanas y holandesas, de costas granadinas, de hostales en los que las noches no son eternas, reservas de libros, números de teléfono de emergencia, el primer billete de tren a Franconia, por emergencia también ese viaje, caminos que seguir descritos, para no perderme entre ciudades checas, números de vuelos, notas en hoteles que no te tienen la reserva en él, sino en otros (Dear Mr. Manuel Aragón Ruiz -nunca nadie sabe poner el apellido completo, qué va-, you will stay in our hotel Gulden Vries...)... Historias, en fin, o parte de ellas, que se escribieron y ya no se escriben, que están y ya no están. Y últimamente no tengo ganas, ni fuerzas de escribirlas, ni de recordármelas, a saber por qué.

Me he propuesto, en fin, retomarla. Aunque tenga que comprar una nueva, igual de cara, pero no mojada e imposible.

Entre las notas, la siguiente:
"Tut das Unnütze, singt die Lieder, die man aus eurem Mund nicht erwartet! Seid unbequem, seid Sand, nicht das Öl im Getriebe der Welt!"*

Günter Eich, Träume
No sé, en fin, cómo de incómodo puedo ser, ni cuánto merece este cuaderno que lo sea. Plantearse las cosas, en este mundo, suele ser suficiente. Sigámoslo haciendo.

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(*¡Haced lo inútil, cantad las canciones que no se esperan de vuestra boca! ¡Sed incómodos, sed arena, no el aceite en el engranaje del mundo!)

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