domingo, 10 de octubre de 2010

Otoño y cumpleaños

Uno, como todos, estaría bueno, va cumpliendo años. No es mi mayor pasión esa de cumplir años, bueno, más bien la de celebrarlo. Como mucho me junto con estos energúmenos a los que tengo por amigos y salimos a tomar algo, vamos, lo de siempre. Mi madre saca sus fotos de cuando servidor andaba a gatas, o de cuando el triciclo aún era más grande que yo y dice, innegociablemente desde hace varios años: "¡ais, cuando eras así!", "¿Cómo has podido crecer tanto?" y cosas por el estilo. La nostalgia, dice. Yo, mientras, poco tengo que hacer además de seguir con la Literatura Alemana. Este año sí, ha habido regalos que, no puedo evitarlo, me han encantado: Cuentos irradiados, un libro que me ha gustado más por lo que simboliza que por lo que en sí es; Travesuras de la niña mala, del recién estrenado Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa; unos calcetines, que siempre vienen bien; una bufanda, que las adoro y que, si nada lo impide, me hará compañía por tierras más al norte que esta piel de toro cuando la deje en noviembre; y un par de viajes, esos de noviembre. El mejor regalo es que los cumpleaños no cambien, que sigan siendo como son, sin sobresaltos, sin grandezas, con la gente de siempre, con los libros de nunca, con la tranquilidad del otoño. En otoño, dicen, caen las hojas y es un mes triste, por tanto. A mí me gusta el otoño, me gustan las hojas en el suelo, las que caen, esos árboles que, hartos y saciados del sol del verano, van a a la siesta en pelotas. Y las nueces. Y las avellanas. Y las noches junto al brasero y un libro en las manos. Eso sí que no va a faltar este año, los libros.



Por cierto, David, gracias. Y sí, vamos a perdernos teatro y eso no está nada bien, pero bueno, como compensación nos llevan a Madrid por -casi- la voluntad. Aceptaremos las disculpas, ¿no?

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