La constancia no ha estado nunca incluida entre las virtudes de uno. Ni la constancia ni la valoración del trabajo propio. Todo puede mejorarse, siempre. Y supongo que eso lleva a un estado de mediocridad autoimpuesta, o impuesta por naturaleza, váyase usted a saber. De esto, de la mediocridad y de lo que le cuesta a la gente reconocerla, hablaba hace poco con alguien cuyos proyectos salen normalmente a flote, porque son buenos. A uno quizá le gusta ser mediocre, es mucho más fácil no tener que responder a un esfuerzo constante al que, por otra parte, no sabe si podría hacer frente. La falta de constancia, supongo.
Pero hay quien elige los caminos difíciles, y ésos son los que acaban consiguiendo lo que los demás nos dejamos sin hacer. Presentarse sin complejos con su obra ante quien va a criticarla, sabiendo que lo que ha hecho está bien.
Quizá algunos tengamos la desgracia, o la suerte, según se mire, de no ser más que críticos, espectadores, lectores de una obra cualquiera, mientras que otros, con las puertas abiertas por la valentía, nos darán a los demás qué leer, qué ver, qué criticar.
En Córdoba se crea.
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