Ya llevo en Alemania más de dos semanas, casi un cuarto de la estancia total, y sigo creyendo que no estoy aprovechando el tiempo como debería. El tema de encontrar trabajo parece que está encaminado, no sé si serán sólo apariencias, los relatos que empecé se han quedado sólo en comienzos, las notas que he ido apuntando no sé si servirán para algo y las lecturas me he propuesto retomarlas hoy. Bueno, ayer.
Acabo de terminar de leer El Palacio de la Luna (Anagrama) de Paul Auster, y he de reconocer que todo lo que había leído sobre él es poco. No es que me haya gustado por la “feliz” historia, quizá tampoco por ser creíble, pero tampoco es poco real, es decir, las casualidades, esa improbable ristra de encuentros y desencuentros con el pasado y el futuro es, por prácticamente imposible, lo que hace la historia más cercana y más plausible, y también más trágica. La soledad, tan común en un mundo superpoblado, habita en cada una de las páginas de la novela.
Ahora me propongo empezar Campo de amapolas blancas (Tusquets), recomendación y ganas. Las ganas, de hace tiempo, la recomendación de no hace mucho, pero ahora que me recuerda a alguna conversación y alguna cena inesperada en la Plaza de Anaya, hace más cercana Salamanca. Como los emails. No pude evitar comprar el libro en la Feria del Libro de Madrid cuando pasé por la caseta de la editorial.
Dejarse a la lectura.
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