lunes, 5 de septiembre de 2011

De Andalucía a Mannheim

La vida está hecha de casualidades, de ir y venir, de trenes con retraso, de maletas perdidas y esperas, de pasos en calles en momentos concretos, ni un segundo más ni un segundo menos, de platos de salmorejo con tomates de tiendas sin tendero, de karaokes. Y por casualidades conoce uno a gente que demuestra que la realidad no tiene límites ("Resulta bochornoso que la realidad no imponga límites", comenta Marías en Los enamoramientos), que hay quien (sobre)vive en ciudades desconocidas, con idiomas desconocidos, y que encuentra trabajo, y tiene suerte y tuvo un pasado, y tendrá un futuro.

Uno no sabe ya, parece ser, demostrar en público sentimientos, ni tan siquiera sensaciones, sólo sabe reconocer que lo siente con líneas como éstas. Cuando escucha abre bien los oídos, sin contestar una palabra -por incapacidad, por falta de necesidad-, sin sorprenderse por nada aparentemente, y sintiendo por dentro la valentía de quien narra, sufriendo con él, alegrándose por él.

En Mannheim queda, con su rutina de platos de cocina y sus delantales negros y color burdeos, con Margarita, el tabaco y la taza, con los tejados de las casas vecinas desde la ventana de la cocina, con la soledad y las ganas y la esperanza puesta en el presente, un andaluz. Con diarios. Con días. Con noches.


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