lunes, 15 de octubre de 2012

Innónime

El nombre que te nombra ni siquiera sabe lo que eres, no intuye el simple hecho de la existencia o la compleja capacidad de la pérdida. El simple nombre no es nada y sin embargo puede crearte cuando no existes.

Si no existes y te nombro, te creo, te doy vida de la inexistencia a la que te condenaba el silencio. Si te nombro no apareces si existes.

Y tú existes y el nombre no te basta, no me basta para saber que estás ahí, al otro lado de la puerta, escuchando cada movimiento, o en la calle de enfrente, paseando al perro, esperando bajo la fría lluvia que llegue él, cigarro en mano, mientras de su boca sale un humecillo frío, delator del tiempo que hace, del espacio que no se cubre. Y más si no sé tu nombre. Darte un nombre no supone nada, no mejora las cosas, no te da una vida, pero si no te veo, si no sé que existes y sólo te imagino, y te doy un nombre y te doy una vida y una hora de la ducha y una comida favorita, entonces, entonces sí que con tu nombre bastará para saber todo eso de ti, para saberte un poco más sin conocerte, sin que en realidad estés en esa calle, bajo esa lluvia, sin esperar a nadie, sin ninguna puerta.

Te pondré un nombre y serás otra.

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