El primer día me sorprendió con un calor que no esperaba, sol, buen tiempo, todo demasiado extraño para un octubre en estas latitudes, pero ya ha vuelto la normalidad al otoño alemán, cargado de hojas que se ven caer, lentas, lentísimas, de los árboles, como acariciando el aire, como flotando, hasta cubrir de marrón las calles y desnudar a los árboles ante el frío que pronto empezará a ser de verdad.
Tras dormir fuera de casa, sobre suelo, uno está deseando ver una cama, el hogar que todavía no es sino será, el espacio que lo albergará y que será albergado durante un año: Cuarto piso. Sin ascensor. 26,3 kg. de maleta. 9,2 kg. de mochila. Al abrir la puerta:
Vacío.
Silencio.
Blancas las paredes, los armarios, la cama; la cocina de un gris más claro que oscuro, blanca también la cortina del baño.
Los cajones están todos vacíos, ni un plato, ni un cubierto, nada. Sobre la cama no queda ni la sombra de quien descansó sobre ella la última vez, no hay edredón, ni siquiera una almohada maltrecha o cabeceada, nada.
El blanco escritorio con su silla blanca y su mesilla blanca, junto con la cama, a un lado, a unos cuatro metros, justo enfrente, la cocina y un armario que quedaría vacío aunque trajera toda mi ropa. Una sola estantería en la pared que queda enfrente al abrir la puerta es lo único que hay para colocar todos los libros que están y todos los que llegarán: de momento, caben. Un ventanal grande con cortinas opacas que no dejan pasar ni una gota de luz si se corren del todo y, justo enfrente, el baño. Vacío, oscuridad, luz.
Aún no sé con qué llenar el espacio hueco del centro, la realidad de la habitación, la verdad de un año entero que puede no ser más que una aventura, pero también puede no ser más que un comienzo. Los comienzos tienen que ser buenos.
En el cajón de la mesilla, al final del todo, en la esquina, encuentro algo anterior a mí, a mi yo, a esta habitación que ya no es la que era, aunque ocupe el mismo espacio y sea exactamente igual en un primer momento. Es lo único, este sacapuntas, que sé de la chica (lo por el nombre en buzón, ya inexistente incluso en mi memoria) en que esta casa ha habitado primero.
Habrá que darle vida a esto, más ahora que ya vuelve a llover fuera, que la vida se hará dentro, que vivir es en armonía, que la armonía no es el blanco, que el blanco ni siquiera es vida.
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