miércoles, 28 de noviembre de 2012

Casualidades

Una capa de blanco frío invernal se deja caer sobre la ciudad sin nombre y sin pasado. El tiempo la recorre en todos sus rincones, y sus habitantes, sin rumbo aparente, se agolpan frente a los puestos de comida y bebida calientes que han aparecido en las calles, como sembrados, como si alguien, con estas lluvias continuas, los regara y los hiciera crecer poco a poco, sin descanso.

En la estación central los viajeros se miran entre ellos, observando en el prójimo lo que quisieran ver en sí mismos, sin encontrarse en ellos, envidiándolos sin saber siquiera si son como creen o si, simplemente por la cazadora, que tasan en 200 euros, son esa gente a la que se envidia por su dinero, su belleza, su (falsa) autoestima. Al subir al tren todos llevan el mismo destino, al menos por un tiempo, todos se dirigen, sin saberlo, sin pensarlo, sin ni siquiera creerlo, al mismo punto, al mismo tiempo, aunque se odien, aunque a unos les abandone atrás la suerte y a otros les espere, tras las puertas, en el próximo andén, la soledad de quien llega sin saber adónde.

1 comentario:

  1. Y es por eso que si en ese tren pasara algo, al tener el mismo destino, se desvivirían unos por otros, pues durante unos segundos o minutos forman parte del mismo todo.

    Un saludo.

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