Santiago y la memoria
La capital chilena es inmensa, alrededor de siete millones de personas conviven en una ciudad repleta de coches, de comercios y vendedores ambulantes. Habrá a quien este lugar no le parezca más que una ciudad grande, el tamaño ideal, dirán muchos urbanitas. Para mí es una ciudad inabarcable, atractiva al mismo tiempo que desasosegante. Al salir de la terminal de San Jorge, comerciantes ambulantes, con bolsas, gafas, zapatillas, comida, agua, refrescos, juguetes y todo lo que sea transportable para vender por la calle se hacinan por todas partes al grito de “a luca, a luca”. Casi todo cuesta una luca por aquí, da igual lo que sea. A veces los refrescos y el agua se venden al grito de “500 el agua, con gas, sin gas, hidrátense, refrésquense”, convirtiendo las calles cercanas a la estación en un mercadillo. Acercarse al cliente a la antigua usanza. No sé si Santiago es o no es una ciudad bonita, puedo decir que es, como todo en este país, un contraste en sí misma: en la Plaza de Arm...