sábado, 24 de agosto de 2019

"Levántate y mira la montaña"

La carretera nos lleva entre los cerros andinos de camino al final de Chile. Al otro lado, Argentina. Este viaje no ha sido pensado, no ha sido nada planeado, nos hemos montado esta mañana en el coche en dirección al Cajón del Maipo sin saber adónde nos llevaría, dónde diríamos aquí está bien. A lo largo de toda la carretera, casas hechas de retales de otras casas, de madera, de cinc, de cualquier metal... Es llamativa la humildad con la que están construidos todos los edificios, como si los miles de turistas que deben de llegar aquí cada fin de semana y, sobre todo, en el verano austral, no dejaran dinero suficiente para renovarlas, para pintarlas, para hacerlas más habitables. Quizá sólo sea que lo que para mí, para nosotros, es lo normal, para ellos son simplemente lujos innecesarios. A lo largo de todo el camino imagino cómo serán las vidas de las personas que viven aquí, qué comerán, cómo será su cocina, su baño, sus camas: imagino salas bajas, oscuras, tés humeantes, caldos para entrar en calor en el frío invierno. Pero este invierno no es frío, este invierno no parece invierno, al menos hoy: ni una sola nube impide al sol brillar con fuerza. 

El camino va haciendo desaparecer las casas, subimos y subimos y cada vez parece más imposible que nadie quiera vivir aquí arriba, viviendo de qué, con qué: no estamos tan lejos de Santiago y todo va extinguiéndose, sólo camiones que bajan junto al río y algunas casas para turistas que buscan alejarse de todo. Poco más. Sin embargo, a medida que avanzamos el paisaje es más sobrecogedor, las montañas nos rodean por completo y a lo lejos, por fin, se ve la nieve propia del invierno. Atravesamos San José de Maipo, San Gabriel, San Alfonso, El Melocotón y por fin llegamos a Baños Morales. Parece que todo está preparado para los turistas que llegarán en algún momento, pero no hoy: cabañas, panadería, pizzería… todo, excepto una especie de pensión, cerrado. Tres gatos, tres señores a caballo y unos aventureros es todo lo que hemos encontrado además de la pareja que atendía la pensión, anunciada también como “Almacén”. En la pensión-restaurante, la imagen de las casas humildes: maderas, techos bajos, oscuridad. El café, de sobre, como en casi todos sitios donde hemos estado, ardiendo y en un vaso gigante, perfecto para días de frío como no es hoy el caso. No sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, sólo que han sido las montañas las que nos han traído: por alguna razón no podíamos parar, si la carretera seguía, nosotros teníamos que seguir, si el camino no terminaba, por qué íbamos a parar nosotros. Empieza a anochecer y debemos empezar a bajar, apenas sabemos dónde estamos, sólo que los Andes nos han envuelto y nos han llenado, sin esperar nada de ellos, sin planear qué hacer aquí. Cómo habría sido de haber llegado buscando algo concreto, buscando un lugar exacto.

Mientras contemplo las altas cimas, no puedo parar de pensar en las canciones de autores chilenos ("Levántate y mira la montaña..."), no puedo parar de pensar en la gente que vive en este lugar, en toda la cordillera chilena, en todo el sufrimiento que traerán consigo estas tierras, tan bellas y seguramente tan duras, y vuelvo a imaginar cómo serán sus vidas en la soledad tan inmensa de los Andes, tal vez compense tener estos paisajes para sí mismo, tal vez la vida también pueda traerte a los Andes, como la carretera, como si todo fuera una casualidad. Y no siempre es fácil escapar de la casualidad y la belleza.

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