lunes, 5 de agosto de 2019

Memoria familiar: 28 años y una muerte

La memoria familiar es un discurso, un diálogo que se mantiene y que pervive entre generaciones, normalmente tres generaciones que escuchan y que cuentan unas historias que suelen ser la base familiar, la de las manías, las costumbres, las tradiciones íntimas, los juegos, incluso ahí se cuece que ciertas palabras que se mantienen en el tiempo en las familias. En mi familia no se han contado tantas de estas historias como me hubiera gustado o, si se hizo, yo no estaba presente o atento. Es uno de los problemas de no estar mucho en casa, de haber salido de aquí y no haber vuelto en mucho tiempo, que no estás cuando suceden o, en este caso, se cuentan las cosas. Además, esta memoria suele "saltarse" alguna generación, y son los mayores quienes cuentan a los más jóvenes y en estos tiempos de idas y venidas el contacto con ellos requiere de un esfuerzo que no todos hemos sabido llevar a cabo. 

Probablemente incluso hay otros motivos que han supuesto el silencio durante muchos años, no sé si sería el miedo, el desconocimiento, la pesadumbre o la necesidad, pero a medida que pasa el tiempo sé, confirmo, de hecho, la necesidad que tengo de conocer, aunque sea más tarde y las posibilidades no sean las mismas. 

Sea como sea, desde hace años soy consciente de que dos de mis bisabuelos fueron víctimas de la rebelión antidemocrática que tuvo lugar en 1936 y que no sólo terminó con una época de esperanza y apertura, sino que trajo consigo el miedo, el odio y el silencio. Hace ya unos años que sé que el padre de mi abuela perdió la vida a manos de los franquistas tal día como hoy de hace 83 años. Justo tres años antes del fatídico y recordado día en que fusilaron a las Trece Rosas. Poco más sé además de que era jornalero y que tenía tres hijos y 28 años el día que las tropas golpistas entraron en Llerena y lo mataron. Ese día, según la inscripción en el registro (realizada casi nueve meses después) M.M.M. murió a consecuencia de un "choque con la fuerza pública". Tenía tan sólo un año más que yo ahora mismo y ni siquiera puedo imaginarme cómo era. Ni su hija, mi abuela, sabe contarme nada de él que no haya oído contar, pues no tenía más que cuatro años el día en que la dejaron sin padre. 

En ocasiones, la memoria familiar dura algo más de tres generaciones: si se tienen hijos a una edad temprana y teniendo en cuenta que ahora se viven muchos más años, incluso habría sido posible que mi bisabuelo, al menos éste, que llevaba el mismo nombre que yo, hubiera cumplido 84 años tan sólo seis días antes de que yo naciera, tal vez incluso  me hubiera podido sostener en sus brazos. Difícil, pero no imposible. Aun así, aunque a mí no hubiera llegado siquiera a verme, sí podría haber contado las historias a mi padre, haber continuado la memoria familiar, destrozada y deshecha por la interrupción del dolor y la guerra. Para mi padre, no sé por qué, como tampoco lo sabe él, esa parte de la historia apenas existe, ha "preferido" olvidarla, no removerla, y tal vez sea por eso por lo que son los abuelos quienes se sientan con calma a contar las historias, porque hablar con ellos no es lo mismo, porque ellos saben que la vida termina antes de lo esperado y que hay que contarla, porque ellos ya no tienen prisa ni les afecta el tiempo.

De una parte la historia de mi familia está coja, pero merece, por eso mismo, el recuerdo. 

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