Si el poeta no tuviera estas vistas, si no tuviera estas
rocas, esta playa, no es que probablemente no hubiera escrito los textos que
escribió, sino que, tal vez, probablemente, nunca habría sido poeta. ¿Quién lo
sabe? Es imposible decir si fue Isla Negra la que creó a Neruda o fue Neruda el
que creó todo lo que es hoy Isla Negra. En la carretera, lejos del bullicio de
Santiago y Valparaíso, está este pequeño pueblo costero en el que las rocas
dominan toda la playa. Sobre la colina, pegada a la playa, la casa del poeta,
uno de tantos que vinieron a dar a esta orilla del Pacífico. Su casa es una
canción a la belleza, a la calma, pero sobre todo al mar. No sé describir la
sensación que lo recorre a uno al subir los peldaños que dan al dormitorio y ve
delante de sí una cama frente a dos inmensos ventanales que se abren al mar;
desde ese dormitorio parece que se pudiera tocar la arena, que al agua vaya a
salpicar el sueño por la mañana. La casa está repleta de mascarones de proa,
como si fuera un taller de escultura marina, y, sobre todo, de grandísimas
ventanas que dan al mar, desde la que, imagino, escribir no podría ser más que
un ejercicio de completo placer. ¿Podría ser cualquiera poeta en Isla Negra?
Seguro que eso tampoco, como tampoco todos pueden ser antipoetas en Las Cruces,
unos pocos kilómetros más al sur. Allí, en Las Cruces, la casa de Nicanor aún
está cerrada, no tiene carteles que inviten a visitarla, el reconocimiento más
escaso al poeta matemático (¿o era matemático poeta?) no se deja sentir en un
pueblo más turístico, con playas más apacibles, menos rocosas, más dadas,
seguramente, al ruido veraniego. Dos poetas que, junto a Vicente Huidobro
(probablemente hubiera o haya alguno más: el mar y la tierra aquí bien lo
merecen), con su casa de Cartagena, dan a este espacio el nombre de Litoral de
los Poetas. No me cabe duda de que, de no haber sido ellos, alguna otra persona
habría terminado recalando aquí para hacer de este lugar pura poesía.
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