lunes, 26 de agosto de 2019

Más montañas, unas termas y el sol


Junto al río Cachapoal, cerca de Rancagua, se extiende una impresionante reserva natural bastante agradable. Desde los senderos, rodeados de arbustos típicos de la precordillera chilena, se ven montañas y montañas detrás de las montañas. Las primeras, escarpadas y rocosas, aparecen delante de los picos nevados que dejarán caer sus aguas a medida que vaya terminando el invierno austral. Sólo la casualidad nos ha traído hasta aquí: nuestra intención era subir hasta Sewell, un poblado minero a 2 200 metros de altitud y al que, nuestro gozo en un pozo, sólo se puede acceder a través del autobús turístico que pone la compañía propietaria de los terrenos encargada de la extracción del cobre en la zona. Para llegar a la Reserva Natural Río Cipreses es necesario circular por una carretera de tierra y piedras durante unos cuantos kilómetros y salir de la civilización. Parece imposible que a no tantos kilómetros se encuentre la megalópolis Santiago. No tantos kilómetros en escala chilena, por supuesto, porque desde Melipilla han sido unas dos horas de trayecto.

Está claro que lo más impresionante de Chile son sus paisajes, que haya cordilleras por todas partes, que mires donde mires, aparezca una montaña elevándose sobre el cielo, con o sin nieve: al oeste, el mar, siempre el mar, al este, siempre la montaña. Como es invierno y ha llovido poco, los ríos bajan con poca agua. En primavera y verano las cascadas serán mayores, las escorrentías aparecerán por esta zona y el sonido del agua acallará un poco el piar de cientos de loros tricahue, que son los animales que más se han dejado ver en la reserva.

Sustituido el primer plan del día, tomamos la carretera de vuelta en dirección a las Termas de Cauquenes, justo al otro extremo de la carretera terrosa que nos ha traído hasta aquí. El edificio, como muchísimas cosas en Chile, ha vivido tiempos mejores. Se ve que fue lujoso y acogedor, aunque lo segundo lo sigue siendo. Aún concede al visitante la paz que seguramente encontraron aquí los jesuitas cuando se adueñaron del lugar a mediados del siglo XVII. Aquí, junto al mismo río Cachapoal, las termas más antiguas del país son un remanso para el descanso y la relajación. El comedor ofrece un menú escueto pero asequible y razonablemente bueno en un espacio que recuerda a los salones de los balnearios de las novelas europeas desde el XVIII hasta principios del XX. Uno puede imaginar perfectamente a Thomas Mann entrando en la sala en busca de su mesa, seguramente junto a una de las ventanas que se asoman hacia al valle y el cerro del otro lado. En cuanto a las termas… una tina de mármol en una salas individuales, cada uno con su propia sala y su propia tina: un espacio de absoluta soledad temporal. Es lo más parecido a un baño caliente al llegar a una casa vacía, pero dentro de una estética que no corresponde con la actualidad. Las salas con las tinas se encuentran distribuidas a los dos lados de un ancho pasillo que más se asemeja a la nave central de una iglesia que a un balneario, como si realmente allí tuviera lugar algo místico. Al pasillo se accede bajando varios tramos de escaleras desde donde se situaría el altar mayor en esa hipotética iglesia, en la parte superior hay incluso galerías que dan a la nave y, al fondo, una puerta con cristales de colores da salida a un balcón que se abre de nuevo al río y a los árboles. Los fríos adoquines del suelo y las puertas de madera blanca son antiguos, nada parece aquí corresponderse con el año en el que estamos y, sin embargo, tal vez sea eso mismo lo que lo hace a uno desconectar del todo: ni este espacio ni este tiempo.

En el camino de vuelta, J., que es el único chileno de esta jornada y el conductor del coche en el que vamos F. y yo, mira al rojísimo cielo y comenta que en su pueblo, cerca de Temuco, se dice que, cuando el sol alumbra hacia atrás, el siguiente día es caluroso. Veremos si es cierto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario