lunes, 11 de enero de 2021

Croacia XIII: el blanco en los lagos de Plitivice

El blanco lo cubre todo. Los coches han amanecido bajo gruesas capas de nieve que los conductores se apresuran a retirar para poder mover los vehículos. Un tractor con una pala quitanieves recorre el aparcamiento para dejarlo despejado para que los huéspedes del hotel puedan abandonar las instalaciones. Es invierno y apenas hay movimiento, pero eso le da a este lugar un encanto extraño. Sólo los abetos mantienen su oscurísimo verde bajo el blanco, similar al del cielo, sólo los árboles cambian un poco el tono del paisaje. Tras el hotel, los lagos de Plitvice, parque nacional croata, patrimonio natural de la UNESCO, un entorno vivo en la quietud.

Imagino que en verano los turistas se cuentan por miles. Sólo pueden entrar doscientos a la hora, y estos días no debemos de ser más de unas pocas decenas a lo largo de toda la jornada. El frío está presente, más presente aún en cuanto uno baja el ritmo y se para. Sobre todo, está presente en el barco que comunica la entrada 2 con el embarcadero al otro lado de uno de los lagos. El viaje dura aproximadamente 25 minutos que se hacen larguísimos a -2 grados y sin protecciones que resguarden del frío alrededor del barco. El escaso ruido del motor y la quietud de los pocos pasajeros garantiza el sentimiento de calma. Imagino que nada es así en primavera o verano. En el agua, al poco de llegar al embarcadero, unos patos parecen competir contra el barco, se ponen a su altura y avanzan a su ritmo. Si se retrasan, levantan el vuelo hasta alcanzar de nuevo la proa. El divertimento de estos pájaros es éste y los trozos de pan que les echan quienes esperan en la orilla, bajo el frío, su turno para embarcar y terminar la ruta.

La nieve mantiene cortadas casi todas las rutas del parque nacional. Sólo la F y la B están abiertas en los buenos días de invierno. Son la misma pero en sentidos opuestos: primero barco, luego caminata, o primero caminata y luego barco. En los días malos, sólo la A, que no permite bajar a los lagos y recorrerlos a través de una plataforma de madera. En los muy malos, tal vez ninguna esté disponible. En estos tiempos, además, sólo un puesto de bebidas calientes junto al embarcadero proporciona algo de calor a los turistas. Y sólo en forma de bebidas, nada de entrar dentro y ponerse a cubierto: cafeterías y tiendas de souvenirs están completamente cerradas por las restricciones croatas al covid19.

Recorrer los lagos debe de ser una maravilla en cualquier momento del año. Ahora, en invierno, transmiten una paz y una calma que es difícil de imaginar. Al caminar, en las zonas sin gente, que no son pocas, se escucha claramente cómo la nieve se compacta bajo los pies, eso y nada más. A medida que uno se acerca se va escuchando, también, cómo las cascadas vierten el agua río abajo. Parece un sonido típico de la primavera y el verano. El hielo no llega a parar estas aguas. Hay quien dice que a veces las cascadas se congelan. La más grande, de 78 metros de altura, es un espectáculo en este momento. No es que sea más bella, es que sorprende esa cantidad de vida, esa fuerza, frente al paisaje calmado, blanco, casi paralizado, que hay a su alrededor.  

El sonido de las cascadas se pierde en cuanto uno se aleja un poco de ellas, en cuanto se les da la espalda, cada uno de los lagos que forma el río vuelve a recuperar la calma, como si no pudiera esperarse ese final atronador, esa caída al vacío que no es vacío sino plenitud. El agua ocupa todo el espacio sonoro, bien por su silencio o bien por su tormento. Metáfora de la vida: de la calma a la caída, de la caída al estruendo, del estruendo a la belleza, de la belleza a la plenitud y vuelta a empezar. Y al fondo, bajo esas cascadas, el agua deja entrever los colores de la primavera y el verano. Un azul turquesa que aún está apagado pero que ya se intuye, como si el lago estuviera realmente vivo y ahora sólo durmiera. Un sueño largo, de varios meses. Como si reclamara calma.

En la nieve, los pasos también reclaman calma. Cada una de estas huellas que hoy está aquí mañana ya no habrá existido. La nueva nieve volverá a cubrirlas. El parque reclamará su pureza y su espacio, reclamará su tiempo y su descanso. Así, dormido y blanco, magnífico en lo que parece una derrota, sólo espera el tiempo en que los árboles recuperen sus hojas, la nieve se derrita y las aguas muestren su color. También es bella esta estampa que parece apagada, casi triste, y que nos cuenta que la vida son sólo ciclos, que ni el verde es para siempre, ni la desnudez de estas copas una derrota.

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