domingo, 8 de mayo de 2011

Plasencia en los buzones

Este descuido repentino del blog ni siquiera sé a qué se debe. Seguramente a la falta de complicidad con las ideas. Seguramente.

Pero he de romper, por fin, el silencio autoimpuesto, porque mi buzón así lo quiere. En las últimas dos semanas ha recibido bastantes cartas -muchas de ellas eran para otros, pero debe de ser que el cartero no sabe mirar los números de las casas, no lo entiendo-, pero dos eran para mí.

La primera la recibí en Zafra, justo cuando salía camino de la estación para volver a Salamanca, era una carta sin remite, escrita con letra cuidada y clara. Ya al abrirla se tocaba -y se veía-, sin leer más, quién firmaba. Me sorprendió, porque no se esperan cartas de gente con la que no se tiene contacto reciente. Y era una carta de tres páginas, íntima, personal e intransferible. Propia. De esas que ya no se llevan, pero que traen recuerdos y sensaciones varias. Ríos, sonidos. Pasados en lucha, presentes difusos.

La segunda ya la recibí en Salamanca, era un sobre extraño -ni siquiera lo era- que contenía dos postales y un regalo. Dublín -desde Barcelona- y Barcelona. Junto a estas dos postales de partes tan distantes, la enseñanza de disfrutar cada segundo, acompañada de una pajarita en la que se puede leer "Berlín espera". Creo que nunca en un sólo sobre me habían mandado tantas partes de partes del mundo. Con sus correspondientes tópicos y sensaciones tangibles en el recuerdo.

Todo ocupa ya su lugar correspondiente. Todo lo ocupará en el futuro.

Porque Berlín espera para quedarse. Porque el pasado siempre vuelve.


Gracias, placentinas.

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