domingo, 28 de agosto de 2011

Dije que volvería

Llegué de Berlín hace justo, hoy, una semana. Digo lo de hoy porque faltan más de once horas para que se cumpla, con justicia, la semana. El viaje no fue demasiado cómodo al ir, mucho más al volver. Nueve personas en una furgoneta que recorrió Alemania entera, desde la Hauptbahnhof (estación central) de Heidelberg hasta la estación de Westkreuz (Cruce Oeste) en Berlín. Seis horas y media de camino con dos paradas de unos quince minutos y unos asientos duros y estrechos, además de un silencio absurdo, para más de 600 kilómetros. Si esto se lo dijera a mi abuela no sería nada comparado con andar día y noche para llegar a Córdoba, o a Puertollano, o a casa, pero los tiempos no son los mismos (ni tampoco el año).

Berlín sigue como estaba. Grande, majestuosa, destruida y reconstruida, pisoteada por miles de turistas a cada segundo, y descubierta por cientos de personas como una ciudad que es mucho más, que merece mucho más, que tiene mucho más, cada día. Paseando junto a la East Side Gallery nos encontramos, sin saber qué era exactamente, con el festival Love Parade: decenas de camiones cargados con equipos de música que no cabrían en muchas discotecas y centenares de personas bailando, gritando y cantando detrás de ellos. En uno de esos camiones, no recuerdo muy bien la frase, había una tela blanca con letras marrones que decían algo así como -en alemán- "Berlín no es más. Berlín es todo lo que puedas buscar", seguramente, en sentido estricto, no sea así, seguramente haya cosas que no van a estar nunca allí y que la gente las busca, nunca se puede tener todo, ¿qué sería de la felicidad, entonces?, pero dejando de lado el sentido estricto de todas las cosas, en Berlín se encuentra siempre lo que se busca, quizá, dirán los más escépticos, como en cualquier capital del mundo (eso sí) occidental. Berlín está hecha de simplicidad en lo físico y de complejidad en lo moral, de hundimiento y destrucción y recomposición y necesidad.

Berlín, como todas las ciudades, es sus habitantes, y es, podríamos decir, una maqueta del mundo a escala ciudad. Sólo que, a veces, las maquetas cambian: un hospital, un puente, una calle, una figurilla; y, entonces, se trastoca un poco el mundo.

La vuelta duró más de diez horas en tren (Berlín - Magdeburgo - Sangerhausen - Kassel - Fráncfort del Meno - Heidelberg), pero había tiempo para leer, para escribir, para fotografiar y para pensar, pero, sobre todo, había espacio.

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