En la época de las tecnologías, de las velocidades, de los microrrelatos consecuentes, a mi buzón siguen llegando cartas, paquetes con libros que hacen miles de kilómetros para acabar en una estantería del cuarto de Zafra sin que, muy probablemente, nadie lo consiga leer nunca.
Las cartas que recuerdan que el mundo es más personal de lo que nos hacen creer estos cacharros que, hipócrita yo, utilizamos cada día, y los libros -otro principito- que nos dicen que, en millones de sitios se cuentan las mismas historias, que nos ayudan a entender que el mundo no es tan diferente como nos lo muestran, que lo importante no son las ciudades, sino sus habitantes, los que leen esas historias, y las cuentan.
Los mitos permanecen, cambiando, evolucionando o destrozándose, siempre. El Principito quizá no sea aún un mito, pero su figura empieza a ser mitológica, y su presencia en cientos de lenguas de todo el mundo, lo demuestra.
Desde Tallín, ciudad desconocida por los pies que me sostienen, pasando por Holanda, Väike Prints, una edición azul, preciosa, del principito en estonio.
Gracias, ubetense.
Linda entrada. No hay nada que pueda sustituir a lo que esconde de "romántico" un libro...
ResponderEliminarTodo esto es frío.
Un beso.