Irse a alguna parte implica, irremediablemente, abandonar otra, dejar cosas atrás que muchas veces no querrías abandonar. Algunas no las abandonas para siempre, es verdad, vuelves a ellas, otras las dejas y no sabes si las volverás a tener cerca y te da igual, te importan tan poco como las que sabes con certeza que desaparecerán sin dejar rastro. Las peores son las que abandonas sabiendo que existe la posibilidad de que el tiempo las borre de ahí, de que ya no estén cuando vuelvas, y sin embargo no quieres que se vayan nunca. Es extraño despedirse de lo que quieres volver a ver y es posible que nunca veas, no por capricho, no, por necesidad.
Mientras el tiempo pasa allí, donde todas esas cosas se quedaron, yo procuro crearme una vida nueva, adaptada a lo que empieza, sin pensar demasiado en ello; no hay manera de cambiarlo, entonces, ¿para qué insistir? Procuro empezar en una ciudad completamente nueva, que conocía sólo de nombre y no de pasos. Me sorprende, para empezar, algo que poco tiene que ver con la ciudad, pero que la hace acogedora, el clima, es extraño que en los días que llevo aquí aún no haya caído ni una gota. Y sigue brillando el sol por las mañanas. Me despierta una tras otra, pues la falta de persianas y de cortinas hace que entre resplandeciente una mañana tras otra, que caliente la cama en la que duermo y, según la hora y mi posición sobre esa cama, me dé violentamente en la cara. He decidido dormir con antifaz, pero no hace nada, el sol no me da en los ojos, pero sí el calor, que me despierta una mañana tras otra. Cuando empiece a trabajar, supongo, lo agradeceré, servirá de ayuda a mis lentos despertares, espero. Aunque pronto dejará de salir, al menos tan fuerte y tan claro.
La ciudad, por su parte, es una más de Alemania, con su sistema de transportes típicos (excesivamente caro, para mi gusto, pero alguien tiene que pagar lo que no pagan los estudiantes, supongo), sus estaciones y sus tranvías, sus locos por las calles, sus bicicletas... Una más entre tantas, supongo. No está demasiado poblada -unos 500.000 habitantes-, pero es extensa. No suele haber edificios de casas superiores a cuatro plantas, o, al menos, yo no los he visto, y es increíblemente verde. Más verde que ninguna otra ciudad que haya visto en la vida. Hay árboles y pequeños parques cada pocos metros, diría que en cada calle, pero de momento sólo conozco el centro. Vivo en una avenida bastante grande, la Kurfürstenallee, que se encuentra a unos diez minutos en tranvía o bus de la estación central, a la que tendré que ir a diario para coger el tren que me lleve al centro donde trabajaré. Extrañamente, entre esta calle y la perpendicular, la Kirchbachstraße, hay alrededor de siete restaurantes y tres bares, además de dos gasolineras, un supermercado y una especie de cine-bar. Hay también una librería, dos tiendas de bicicletas, una carnicería ecológica y dos oficinas bancarias. En estas dos calles hay ya más de lo que había en todo la Altstadt de Bonn. Es mucho menos bonita esta zona, por supuesto, pero la ciudad en general es encantadora. Hay cientos de casas grandes, reconvertidas en consultas de médicos, un par de institutos inmensos, que más bien podrían servir de internados o de hospitales, y casas, simplemente casas, con el "título" de Villa.
Tiene Bremen, al contrario que la mayoría de las ciudades alemanas de gran tamaño, un centro bastante bien conservado, con una catedral que guarda en el interior unas impresionantes columnas de color y unas bóvedas maravillosamente decoradas con lo que supongo que son frescos. Muy cerca de la catedral, junto al ayuntamiento pero no en la puerta principal, se encuentra la famosa estatua de los músicos de Bremen -Die Bremer Stadtmusikanten-, un gallo sobre un gato sobre un perro sobre un asno y que parecía ser lo más preciado para los turistas, que se turnaban para hacerse fotos con ella.
El río, el Weser, gracias al que la ciudad se procuró el título de Hanseática, sólo lo he visto aún de pasada, pero procuraré verlo pronto, mucho más de cerca pasear pronto por algunos de los múltiples parques que tiene la ciudad, aprovechar el tiempo que esté aquí, el que sea, al menos estos dos meses.
¿Solo dos meses? ¿No es un contrato por un curso completo?
ResponderEliminarEl contrato en realidad es por dos años, pero el instituto no está en Bremen, sino en Delmenhorst, y es demasiado caro el transporte mensual, así que lo más probable es que acabe viviendo allí y no en Bremen.
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