martes, 5 de agosto de 2014

Julio II: Soria, día 1

El tren tarda bastante poco desde Vitoria hasta Palencia. Dos horas aproximadamente. Es un viaje que se hace bien, aunque ya sabemos que lo de bien o mal en un transporte público depende de la persona que esté sentada a tu lado o incluso del grupo de personas que se encuentren en el mismo vagón que tú. Aun así, no fue mal la cosa. Leí poco y escribí menos, pero al menos descansé, que buena falta me hacía, porque presentarme en Vitoria habiendo dormido poco más de cuatro horas y patearla durante cinco no ha sido una idea sensacional, hay que reconocerlo.

En Palencia me esperaba D. en la estación, y, tras las cañas de bienvenida o de rigor, según se quiera, la cena en el Marrano y la final del partido del Mundial de Fútbol, la cama nos esperaba para descansar lo mejor posible, que el viaje hasta San Esteban de Gormaz no será largo, pero tampoco un camino de rosas.

Salimos hacia San Esteban relativamente temprano, para aprovechar bien el par y medio de días que teníamos para ver la provincia y por si las moscas. Y, efectivamente, nos perdimos un poco con los carteles en Aranda de Duero. La señalización no era maravillosa y a nosotros nos costó encontrar qué carretera -nacional, por supuesto, que es lo que hay en Soria- teníamos que coger. Tomamos la N-122 dirección Madrid para desviarnos rápidamente en dirección Soria. Eso nos despistó bastante a D. y a mí. La carretera no era mala, simplemente nacional y cargada de camiones. A D. le hacían falta algunas horas de práctica con el coche, pero poco a poco fue cogiendo confianza, se le veía más suelto, dejaba de plantearse cuánto tiempo tardaría en adalantar a un camión, si pisaría la continua o no. En la radio sonaban Fito y Fitipaldis, los Mojinos, John Fogerty, Sabina, Springsteen, Rafa Pons... La mayoría de las canciones que conocía me evocaban algún tipo de recuerdo que, a veces, prefería no recordar, pero las cantamos, sobre todo porque el viaje prometía ser diferente, divertido. Quién iba a decirme que acabaría en San Esteban con D. y con P. porque sí, al terminar mis años en Salamanca, en lugar de en otra parte y, sobre todo, con otra gente. Nadie, eso es seguro.

Con una canción D. me envidia, me dice, por seguir descubriendo canciones de Sabina, a estas alturas de la vida. Dos, además. Yo me río. No sé qué decirle, sólo pienso en las letras, en los labios urgentes, en dormir en estaciones, en las entradas de amor del blog. Y finjo, de vez en cuando, las sonrisas, sólo de vez en cuando: ir en coche, observar los paisajes de Soria, desconocidos, me pone de buen humor, saber que llegaremos, después de tanto tiempo, me alegra.

Una vez en San Esteban, y ya cuando conseguimos enterarnos de la calle en la que estábamos, P. salió a recogernos y nos llevó a conocer el pueblo. Es curioso cómo, en un pueblo tan pequeño puede haber tantas iglesias, obras, importantes. Nos acercamos al Rivero (la iglesa de Santa María del Rivero), cerrada a cal y canto, pero al menos pudimos ver su galería porticada, de principios del siglo XI, y a la iglesa de San Miguel, construida hacia 1111, y que tiene gran importancia para el arte románico en general, pues fue la primera iglesia a la que se le construyó una galería porticada, posiblemente para unificar, como en la concepción islámica, los poderes temporal y religioso. Estas dos iglesias, ambas con sus galerías porticadas, darían buena muestra de la importancia de la religión musulmana en la ciudad. Quién sabe, eso es lo que dicen los paneles y los libros. Nosotros sólo vemos el sol y la belleza.

Tras visitar el pueblo, D. volvió a sentarse al volante del Focus y fuimos hasta la capital soriana. Es bien cierto que es pequeña, que tiene poco que ver, pero no deja de ser interesante visitarla. De camino a Soria, por la carretera que debería convertirse en algún momento en la A-11, la Autovía del Duero, y de la que sólo hay unos 7 kilómetros construidos, hay un puerto que se llama El Temeroso. Creo que no es necesario decir más. Justo al llegar fuimos a comer a la plaza de Herradores, en pleno centro de la ciudad, y lo que más me llamó la atención, además de la cerveza (¡Cruzcampo en esas latitudes!), fue que, siendo un bar taurino, decorado por todas partes con imágenes de las fiestas de la ciudad y de astados en todo tipo de situaciones, el hilo musical no dejara de hacer sonar a Quique González, con ese sonido tan americano y tan poco español, a veces.

Pero nuestro fin no era escuchar a Quique, sino pasear por Soria, así que nos acercamos a todas las iglesias y a todas las estatuas que había por allí: Gerardo Diego, Antonio Machado y Leonor, especialmente. Además de la iglesia de Santo Domingo, lo que más nos interesaba era San Juan de Duero, pero era lunes, y ya se sabe que los lunes no se puede visitar nada, ni siquiera las iglesas. Nosotros eso no lo habíamos tenido en cuenta antes de salir, así que nos quedamos con las ganas de ver el claustro del monasterio que levantaran los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y la ermita de San Saturio, noble visigodo de Soria que donó sus bienes a los pobres y se retiró a una cueva a rezar de por vida. Parece ser que .los restos del tal Saturio aparecieron por allí y se edificó una ermita sobre las rocas que impresiona bastante y que tiene un acceso en la misma piedra. 

Aunque a la ermita no pudimos entrar, recorrimos el camino entero hasta ella y, parece ser (digo parece ser porque no lo vimos y nos lo advirtió un cartel a la puerta de la ermita), pasamos por el famoso olmo de Machado y leímos algunos poemas esculpidos en piedra del sevillano y del otro poeta ilustre que vivió en Soria, el santanderino Gerardo Diego. Todo el recorrido transcurre a la orilla del Duero, perenne en la provincia y que nos venía acompañando desde San Esteban. Es cierta la tranquilidad y la paz que transmite el río, o tal vez la propia capital, la provincia. El silencio domina todo. Es, quizá, el propio río, lo más ruidoso que pueda uno encontrarse. Los coches, incluso, parecen no ser tan ruidosos como en el resto del mundo.

Poco más había que ver en Soria ya, así que fuimos de vuelta a nuestro coche y emprendimos de nuevo el viaje hacia San Esteban, pero antes fuimos a visitar el cañón del río Lobos. Para llegar al cañón hay que llegar prácticamente a San Esteben, están muy cerca, y de camino allí vimos tirado, en El Temeroso, un camión. Esto es muy normal aquí, nos dijo P., no sólo aquí, vaya, en toda la provincia. Al llegar al cañón, justo ahí, cambió mi imagen mental de Soria. Por completo. Yo esperaba contrarme los campos de Castilla, el vacío en la tierra, un lugar que pareciera yermo. Y para nada. El cañón del río Lobos es un espacio verde, rocoso y montañoso, con cuevas e incluso una ermita que parece salida de la nada. De San Bartolomé, si no recuerdo mal. Subimos a un pequeño mirador que da vista de las dos partes del cañón, una llena de árboles, en un espacio que parece cerrado, circular casi por completo, y rocoso, y la otra alargada, con el camino y el río Lobos presente en el centro, más accesible, por la que habíamos llegado. La bajada fue relativamente difícil porque quisimos hacerla así, pero conseguimos llegar sanos, sin roturas en extremidades o ropa, aunque cansados y un poco quemados, a casa. Eso sí, antes de pasar por casa y después de hacer un descanso en el mirador de la Galiana, en busca de algún que otro buitre, que no se dejaron ver más que muy de lejos, paramos en un par, ya en Sanes, a tomar las cervezas de rigor, por D., que no bebió en todo el camino.






3 comentarios:

  1. ¿Y el Espino? ¿No subisteis al alto Espino, donde está su tierra?
    De todas formas, magnífica crónica de viaje.

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    1. Qué va. Íbamos bastante apretados de tiempo y no se puede todo. Aun así, Soria merece volver.

      Gracias, espero que las entradas que faltan, al menos, se acerquen a eso de "mangífica crónica".

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  2. Que pena justo no estar cuando estuvisteis por allí! Habría hecho de guía "soriana" y os habría enseñado que el arbol de mañana está cerca del cementerio, y no en el río, además de la tumba de Leonor. Me alegro que os gustará la ciudad, ya sabes lo que opino de ella ;) jajaja espero el día dos, y espero que fuerais a ver la Fuentona y Calatañazor, que es de lo que más me gusta de la provincia. Besos

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