viernes, 8 de febrero de 2019

Cambiar la voz


Imagino que todos buscamos nuestra voz de algún modo, nos movemos por el mundo sin saber qué intentamos encontrar, o incluso sin saber si vamos a dar con algo, pero supongo que de una u otra manera lo que tratamos de hacer es hallar la forma ideal de expresarnos, de sonreír, de mirar, de contemplar el universo y lo que nos rodea. Seguramente no toda la gente es consciente de ello, o tal vez no quieran serlo. Yo sé que viajamos, que viajo, para saber lo que ansío. ¿Cómo es posible siquiera querer algo cuya existencia desconocemos? Tal vez no viaje, siquiera, tal vez sólo me mueva, sólo ande yendo y viniendo para contemplar paisajes y agonías, para escuchar otras voces y otros tiempos, tocar otras monedas, rozar otras vidas, descubrir otros sonidos y otros ritmos. Tal vez la vida no sea más que eso: el movimiento, un espacio que se desplaza en el que el único escenario somos nosotros, que cambiamos con el decorado. Tal vez es en nosotros donde suceden realmente las cosas, no ahí afuera, y tal vez nuestra voz no sea tanto un sonido o una imagen, sino más bien la experiencia de lo que hemos visto, de los sitios en los que hemos estado.

Hace unos días, mientras paseaba por las calles de Luzern, comprendía que estar allí era tan absurdo como necesario, que mi vida probablemente no habría cambiado nada si no hubiera bajado del tren esa heladísima mañana de enero y, sin embargo, si no lo hubiera hecho, me faltaría algo, faltarían los tímidos motivos que me llevan a escribir estas líneas y faltaría la intensidad con la que de nuevo he vuelto al trabajo, a las ganas. No es Suiza, sino yo, el espacio que ha cambiado, donde ahora resuenan otra voz y otras rutas, la misma vida, exactamente igual, y otras ideas.

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