viernes, 30 de octubre de 2020

Croacia IV: Pula, ciudad romana

Al llegar a Pula la ciudad no parece demasiado especial, pero en cuanto la ruta se encamina hacia el centro, el anfitetatro se alza majestuoso y la percepción de la ciudad varía. Es la capital de la región de Istria y no esconde su pasado romano ni su influencia italiana actual. En la fachada del ayuntamiento, de hecho, ondea la bandera de Italia, imagino que por la importante población italiana que habita en la ciudad. Incluso los nombres de las calles y la mayoría de los carteles que anuncian algún organismo estatal o regional se encuentran tanto en croata como en italiano. Las pizzerías abundan y, de alguna manera, para quienes no conocemos la península Itálica, esta ciudad nos hace pensar en la Toscana, con algunas de esas casas de colores o de piedra, con contraventanas de madera…

Desde dentro del anfiteatro no puedo dejar de pensar en Mérida, también capital, con una población más o menos similar y un pasado romano del que ambas ciudades se sienten orgullosas. Aquí, sin embargo, el teatro romano – malo rimsko kazalište – no es sólo bastante más pequeño, sino que, además, la construcción está prácticamente a ras de suelo, queda bastante poco y regular: basura y cristales entre el graderío y, tras la escena, coches que han encontrado un buen aparcamiento con algún milenio de historia.

Es cierto que, desde un punto de vista turístico, el anfiteatro casi que se vale por sí mismo: 400.000 visitantes al año y el sexto anfiteatro romano más grande del mundo. Construido entre el 69 y el 79 de la era actual, podía albergar unos 20.000 espectadores. No deja de parecerme sorprendente que 20.000 personas se juntaran para ver a otras matarse entre ellas. Una tradición que duró siglos y que terminó prohibiendo el emperador Honorio a principio del siglo V. Se le echarían encima por ir contra la tradición, imagino. Antirromano, le dirían. En la actualidad, el Anfiteatro de Pula acoge, actividades culturales como Pula Film Festival.

Trato de imaginármelo lleno, con el ruido de los gritos, los abucheos, las lanzas, las espadas y los escudos y parece imposible que este lugar, tan tranquilo ahora mismo, estuviera destinado al espectáculo de la violencia. Ahora sólo se escuchan algunos coches – no demasiados – y gaviotas sobrevolando estas frías piedras. Me pregunto, también, cuándo volverá a haber tanta gente aquí reunida para cualquier acto. Lo que cambian las cosas.

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