Vaya viaje de mierda, es lo que ando pensando ahora mismo. Sí. Vaya mierda de viaje.
Para una vez que el autobús sale puntual de Salamanca, todo lo demás se tuerce. Para empezar hemos estado a punto de matarnos en una rotonda, se nos ha cruzado un camión a toda leche y ha tenido que frenar el conductor de una manera que no es ni medio normal, pero bueno, estamos vivos. Llegamos a Cáceres. Ahí empieza lo bueno, o más bien, lo desconcertante. Voy a bajar del autobús y me doy cuenta de que no llevo el monedero, así que vuelvo a por él, lo cojo, salgo del bus y me pongo a organizarme las cosas que llevo metidas en los bolsillos: teléfono, llaves, billete del viaje, mp3, y aire. ¿Dónde narices está el monedero! Vuelvo a subir al autocar, a ver si es que lo he dejado al final en la mochila, que con el despiste que tengo… Nada. Abro el maletín del ordenador, me pongo a sacarlo todo, desesperado. Nada. Miro debajo de los asientos, en ellos, en el maletero de arriba: tampoco nada. Salgo fuera, miro por los bancos con la esperanza de que esté por allí, caído en el suelo: tampoco, nada. Voy al servicio, y mientras voy, meto las manos rápidamente en todos los bolsillos: sólo aire y desesperación. Vuelvo al bus, el conductor me mira con mala cara: quiere irse a tomar un café, pero a mí me da igual, quiero mi monedero, y no por el dinero, porque veinte euros no me suponen tampoco gran cosa, pero el resto de cosas sí: el DNI, la tarjeta del médico, el bonobús -con la pereza que da ir a hacer otro-, el carné ferroviario, el de ALSA, ¡el de la USAL!, que si ya estuvieron cerca de cuatro meses para mandármelo, esta vez no creo que me llegue antes de mi cumpleaños -en octubre-. Pues bueno, mientras pienso todo esto sigo mirando por todos los bolsillos, reabriendo la mochila, el maletín, cagándome en mis despistes… Me acuerdo de las fotos que llevaba en la cartera… y ya, por último, me acuerdo de la tarjeta de crédito… Sigo buscando por todas partes, con la sensación de que no tengo nada, de que ahora mismo soy un completo desconocido -como si el DNI solucionara algo-, como si no fuera nadie, ahora mismo puedo ser quien quiera ser, no tengo nombre, no tengo edad, ni estudio, ni tampoco trabajo, eso sí, tampoco tengo dinero, y a lo máximo que aspiro es a llegar a mi casa, donde mis padres me den, al menos, comida. Pues bien, sigo pensando en todo esto, pensando que es imposible que haya perdido la cartera. A ver, repasemos: bajo del autobús ¿con el monedero en la mano? y me empiezo a tocar en los bolsillos a ver dónde tengo cada cosa, ¿después que he hecho con la cartera? Y aquí ya es donde empieza el problema, porque ni siquiera estoy seguro de que tuviera la cartera al bajar del bus. Y pensando esto he vuelto a subir, he vuelto a mirar y he vuelto a maldecir mi despiste, ¿en qué narices estaría metida mi mente para eliminar la parte que se centraba en el monedero, con el hambre que tenía? Pues eso, que he vuelto a subir, he vuelto a mirar y he vuelto a encontrarme con nada, con las ganas de tener en mis manos todas mis cosas, todo, el monedero, aunque fuera sin el billete azulito, y las dos o tres monedas que habría, que dudo que llegaran a los dos euros.
Y mientras pienso en qué puedo haber hecho -o pueden haberme hecho sin que yo me diera cuenta-, escribo esto, que parece que me ayuda a cagarme en mí pero en voz bajita, que ya tenía a todos mis compasajeros desquiciados de hablar cabreado por el móvil. Algún día perderé también la cabeza.
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