La Literatura Hispanoamericana es esa gran desconocida y con tanto renombre en todo el mundo dentro del grupo de literatura en lengua española. Encontramos poemarios, novelas, teatros, muy variados y de un sincretismo abrumador, poco estudiados, pero ¿quién no ha leído algo de Borges, de García Márquez, de Mario Vargas Llosa o de Monterroso -aunque sólo sea el cuento del dinosaurio: "Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí-? Es una literatura completamente libre, en la que las fronteras entre lo real y lo imaginario no es que sean diáfanas, no, es que son inexistentes dentro de la obra. Somos nosotros, lectores, los que ponemos las fronteras, pues no aceptamos que una persona esté sin comer siete años, no imaginamos que a alguien le salga una cola de cerdo, que se pueda sangrar durante varios días sin parar, o que, como se cuenta en "Viaje a la semilla", de Alejo Carpentier, se pueda vivir hacia atrás.
El estudio de Alejo y, concretamente de ese "Viaje a la semilla" me tiene más o menos ocupado y -más que menos- entretenido. Un cuento inverosímil, en el que no hay acción "jolibudiense", ni tampoco anécdota, pero en el que la historia transcurre completamente al contrario: se nace dentro de un féretro, se muere dentro de un útero. Vamos, como la vida misma.
El final dice así:
Cuando los obreros vinieron con el día para proseguir la demolición, encontraron el trabajo acabado. Alguien se había llevado la estatua de Ceres, vendida la víspera a un anticuario. Después de quejarse al Sindicato, los hombres fueron a sentarse en los bancos de un parque municipal. Uno recordó entonces la historia, muy difuminada, de una Marquesa de Capellanías, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del Almendares. Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más seguramente llevan a la muerte.
"Viaje a la semilla", de Alejo Carpentier
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