viernes, 13 de julio de 2012

Diario de viaje: ¿Por qué nunca tienen anguilas?


El tiempo empieza a parecerse a lo que suele ser en Alemania: mañanas lluviosas en las que apetece poco salir a la calle y que, de repente, se convierten en un soleado día en el que aprieta el calor y se iluminan los charcos que ha dejado la tormenta.

El Elba no tiene un torrente demasiado potente en esta zona, apenas se escucha su fluido paso bajo el puente del ferrocarril o el de la carretera que lleva a Leipzig, sólo a veces el salto de algún pez, su regreso al agua tras esa pequeña eternidad en el aire, interrumpe el silencio que completa la puesta de sol. Anchas praderas de un verde húmedo, donde el camino parece no avanzar, se extienden a sus orillas.

Poco más allá, al otro lado del río, estaba la frontera que separaba las dos Alemanias, la de la República Federal (BRD – Bundesrepublik Deutschland) y la de la República Democrática (DDR – Deutsche Demokratische Republik), la que separó durante tanto tiempo lo que no podía desunirse. Algo de esto nos han contado unas jubiladas con los que hemos ido a tomar café. Cada uno con su propia historia, una profesora de alemán y música en un instituto de Wittenberg contaba cómo, tras la caída del Muro, tuvieron que ir a Göttingen a que, los profesores del Oeste les explicaran los nuevos métodos de enseñanza y dejaran atrás los “estalinistas”. Pero nuestros métodos estailinistas eran mejores, decía con añoranza, al menos a nosotros los alumnos nos hacían caso mientras les hablábamos, no se tiraban bolas de papel unos a otros, y todos tenían que aprender lo mismo, no lo que al profesor le diera la gana de enseñar. Otra, riendo, explicaba cómo hacían para comprar anguilas, pescado prohibido dentro de la nación para que se exportara todo y diera los beneficios suficientes: Preguntábamos por qué nunca tenían anguilas y nos contestaban que porque nunca nadie preguntaba por ellas, y así nos traíamos cincuenta kilos para casa, porque menos tampoco vendían. El único jubilado hombre decía que lo mejor de todo era que, daba igual el trabajo que fuera, importante o no, cansado o no, a final de mes todo el mundo recibía su dinero, porque había desempleo cero.

Pero ese Socialismo no era el que tantos buscaban, no era el de quienes proponían como solución construir el Socialismo, el de verdad. Las críticas no se hicieron esperar demasiado y muchos autores que quisieron quedarse o que por voluntad propia fueron a la DDR tuvieron prohibida la publicación o se les impidió entrar en el país cuando salieron. Esto es lo que hemos estado tratando hasta ahora en clase, el caso de Wolf Biermann, por ejemplo, o  la peculiaridad del de Christa Wolf, a la que nunca se le pidieron demasiadas explicaciones. Junto a esto hemos visto un par de películas: Der geteilte Himmel (“El cielo dividido”, basada en la novela homónima de Christa Wolf) y Liebe Sommersprossen (“Queridas pecas”, un filme que, tras una permanencia de unas tres semanas en cartelera, dejó de encontrarse en la DDR y desapareció hasta después de la Unificación.

Y, hablando de irse y no volver, mi casa ha descendido un piso, ahora es el cuarto, y mis compañeros han cambiado por una simpática francesa que hasta ahora vivía sola. A ver qué tal.

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