Después de Sarajevo, donde
la vida era extraña y, sin embargo, cercana, como si la conociera de antes,
Budapest se me presenta un tanto más lejana. En estas calles que me resultan
familiares, conocidas de otros países y otros tiempos de mi historia, que me
recuerdan, anchas y señoriales, a ciudades como Múnich o Stuttgart, a veces
incluso a Berlín, con sus edificios amplios, de un pasado grandioso zarandeado
por los acontecimientos; esta ciudad que me traslada con su amplio río al Rin
junto a Bonn, o a Viena, kilómetros antes de aquí, me resulta, al menos hoy, mucho
más desconocida. Sorprendentemente, sé cómo funciona todo, nada me es extraño,
y, sin embargo, me siento más extranjero aquí que estos días pasados en
Sarajevo. No sé si tiene que ver con el hecho, tal vez lógico, de que llevo dos
años leyendo y releyendo sobre Sarajevo, sobre Bosnia, o si, más bien, el
idioma es el mayor impedimento. Si en la ciudad junto al Miljacka no entendía
apenas nada, pues no era capaz de descifrar los carteles, aunque a veces podía,
al menos, identificar sobre qué versaban, en Budapest soy incompetente para comprender
absolutamente nada, tal vez una palabra de cada cientos, normalmente algún mes,
alguna palabra latina… Poco más. Ni siquiera soy capaz de imaginar cómo suenan
las combinaciones de grafías de las palabras que me encuentro. Y no es que mis
conocimientos de bosnio -o serbocroata sin más- sean maravillosos, pues carezco
de ellos absolutamente, pero algo puedo recordar de alguna otra lengua eslava
que traté de aprender sin mucho éxito: soy capaz de leer con cierta proximidad
lo que veo escrito, incluso en cirílico, entiendo algunos números y palabras
sueltas y, además, se aprecian más palabras latinas. Por otro lado, a pesar,
insisto, de mi escasísima preparación, suelo ser capaz de identificar el verbo.
Todo esto me es completamente imposible en húngaro. Tal vez por eso, a pesar de
encontrarme en un terreno más conocido, mucho más parecido a los lugares en los
que he vivido, aquí me encuentro mucho más despistado, como si esperara que al
llegar a una tienda entendería lo que hay, conocería los productos, entendería
los ingredientes… Quizás por eso también me encontraba en Sarajevo mucho más en
casa, porque no esperaba que fuera así y, de repente, me vi en un mundo
culturalmente parecido al mío, con la gente haciendo vida en la calle, en las
cafeterías, los coches pitando, cierta cercanía en el trato y, al mismo tiempo,
estos mismos edificios europeos, colocados en calles mucho más estrechas, como
si Sarajevo fuera un modelo pequeño de toda Europa, con sus diferentes culturas
entre las calles, relacionándose unas con otras. Aquí, de algún modo, al menos
hoy, lo que siento es que se encuentran cosas distintas que soy incapaz de
relacionar: la Europa que conozco más o menos bien con algo que soy incompetente
completamente para entender lo más mínimo.
lunes, 13 de mayo de 2019
sábado, 11 de mayo de 2019
Un viaje a Sarajevo VI: Un escritor migrante
Hoy ha sido mi último día
de este viaje en Sarajevo. Mañana vuelvo a Budapest para volar desde allí a
Madrid y luego regresar a Sevilla. Demasiadas escalas para la cercanía que yo
noto en estas calles.
Como ayer no conseguí
quedar con el profesor V., aplazamos la cita para esta mañana a las doce en la
puerta de la Facultad de Filosofía, de nuevo. Realmente él tenía interés en
quedar conmigo y yo bastante interés en quedar con él. Si de aquí sale una
futura estancia en Sarajevo, ya se verá. El caso es que algo antes de las doce del
mediodía estaba yo en la puerta de la Facultad, esperando a V., que ha llegado
algo tarde. Es un tipo grande, muy grande, casi más ancho que alto, que fuma
como una chimenea. No creo que ningún análisis médico le augure muchos años de
futuro. Hemos ido directamente a un centro comercial que hay frente a la Facultad,
justo al lado del Hotel Holiday Inn, a una cafetería que hay en la parte
contraria a la que estábamos nosotros, con terraza. Nada más entrar me ha dicho
que tenía que comprar tabaco, y antes de que nos sirvieran el café ya se había
fumado dos cigarrillos.
Después de una pequeña
conversación sobre cómo es y cómo se pide el café aquí, y qué ponen y qué no
ponen, hemos hablado un poco de todo: del tiempo, de Sarajevo, de la historia,
de política; aunque sobre todo hemos hablado de trabajo. Conoce bastante bien
el tema que trabajo, ha leído casi todos los libros que yo he leído para preparar
la tesis, también algunos que no he leído y otros que yo ni siquiera conocía.
La lista de recomendaciones asciende a unos diez libros, un número concreto de
una revista, dos autores completos y la tesis de una profesora cuyo contacto me
ha proporcionado. Eso sí, las recomendaciones no han venido sólo por parte de
V. Cuando estábamos tomando café ha recibido una llamada. Era Ilija Trojanow.
Resulta que I. está aquí dando un curso de poética en la Universidad de Sarajevo
como profesor invitado. Aunque probablemente no sea un autor muy conocido, es,
al menos parcialmente, parte de mi ámbito de estudio. I. es un escritor búlgaro
que trabaja en alemán sobre identidad, transculturalidad, etc. Tiene varias
novelas publicadas en España (El
coleccionista de mundos o El mundo es
grande y la salvación acecha por todas partes, publicadas ambas en Tusquets)
y me ha estado comentando que el próximo año se publicará un nuevo libro suyo (Macht und Widerstand), en una
editorial que empieza por A, creemos que Acantilado.
El caso es que, de repente,
V. y yo hemos cogido un taxi para ir al centro y tomarnos un café junto a la
catedral católica mientras esperábamos a I., y al poco allí estábamos los tres,
hablando de nuevo sobre trabajo, autores, la literatura en Alemania o la
situación política en Bosnia o en España, de la que I. es bastante conocedor por
interés personal, y es que, según me ha dicho, su padre vive cerca de Puerto
Banús. I. es un tipo bastante divertido y directo. No sé por qué, lo imaginaba algo
más joven, probablemente porque habré visto alguna foto suya de hace algunos
años. Sea como sea, no esperaba encontrarme con un escritor de renombre en la
literatura en alemán durante estos cuatro días en Sarajevo, y mucho menos tener
una conversación más o menos larga con él, de la que me llevo algunas
percepciones sobre las migraciones, la política, la situación actual del
mercado editorial en alemán y la promesa de una serie de contactos. Durante el
rato que hemos estado hablando, cuando ha salido el tema de si la gente es o
deja de ser y lo que suponen las perspectivas neoimperialistas en la percepción
cultural, I. ha propuesto que alguien debería estudiar las relaciones entre la
forma de vida aquí y la forma de vida en el sur de España, lo he mirado y le he
dicho que llevo días sintiéndome en casa, por la gente en la calle, la forma en
la que te hablan… han salido a colación los sefardíes, huidos de la Península
Ibérica por culpa de los Reyes Católicos y que acabaron llegando, muchos de
ellos, a esta ciudad. Quién sabe si no habrá alguien por aquí que tenga
antepasados vecinos de los míos: ya se sabe que el mundo es un pañuelo y que
cuanto más nos movemos, más pequeño se hace.
Durante el rato que hemos
conversado sobre la literatura en lengua alemana, la influencia y las
exigencias a los escritores migrantes, hemos llegado a la conclusión de que el
humor de los escritores migrantes en alemán es mucho mayor y está mucho más
claro que en los escritores “bioalemanes”. Su respuesta ha sido que “no es un mérito
ganarle en humor a los alemanes, es como ganarle en una carrera a V.” Nos hemos
reído los tres de la ocurrencia, V. ni siquiera se ha ofendido, ha asentido con
la cabeza y la conversación ha continuado como si nada.
Así que ahí estábamos un
escritor búlgaro que escribe en alemán novelas que tratan sobre la identidad,
un profesor bosnio que fue durante la guerra en su país un refugiado en
Alemania y que está especializado en literatura alemana y un doctorando español
que trabaja sobre identidad en literatura en alemán escrita por migrantes
juntos en una mesa de la terraza de una cafetería de la plaza de la catedral
católica de Sarajevo. Supongo que de algún modo la confluencia de los tres es
extraña, pero también supongo que de algún modo no es nada extraordinario.
Quizás lo más peculiar de todo sea que hablábamos en alemán y que todo ha sido “organizado”
de manera espontánea, como si, realmente, la lengua y sus hablantes no tuvieran
nada que ver. Tal vez fuera sólo el espíritu de Sarajevo, esta ciudad cuyas
calles me llevo conmigo, aunque ya estuvieran en mí.
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viernes, 10 de mayo de 2019
Un viaje a Sarajevo V: La guerra y la vida
Ya había leído en algún
sitio que los bosnios hablan de la guerra en cuanto pueden, no sé si por una
especie de orgullo por haber sobrevivido y haber sido capaces de mantener
cierta cordura, haber sido capaces de cerrar el conflicto y pronto ponerse a
buscar culpables, prácticamente sin ayuda de la comunidad internacional, o si
por el hecho de haber seguido viendo, como en el caso de Sarajevo, a los
vecinos como vecinos, a pesar de lo que se ha querido contar de ellos en muchos
medios, “ni todos los serbios, ni todos los croatas, ni todos los musulmanes”,
me han dicho hoy.
Resulta que hoy he ido a
la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sarajevo para ver si encontraba a
un profesor. Como aquí estoy sin teléfono, no ya datos, sino que ni siquiera
tengo red porque todas las redes a las que intento conectarme me deniegan el
permiso sin saber muy bien por qué, es difícil quedar con nadie. A este
profesor le he escrito varios emails y, en fin, todos sabemos cómo son los
profesores muchas veces. El caso es que debo de haber salido de casa y de
haberme quedado sin internet como diez minutos antes de que me haya mandado el
email diciéndome que podíamos vernos esta tarde en la puerta de la Facultad. Yo
he tenido noticia de eso esta tarde al llegar a casa, porque por algún motivo
que desconozco, el email no se ha sincronizado con el wifi del restaurante en el
que he comido. Así que yo, en mi más absoluta inocencia o estupidez, me he
dirigido a la Filozofski fakultet de la Univerziteta u Sarajevu a probar
suerte. Efectivamente, no ha habido suerte, como era de esperar. Pero al llegar
mi sorpresa ha sido mayúscula, porque desde la puerta de la Facultad se tiene
prácticamente de frente el Holiday Inn, ese hotel ya mítico en el que se refugiaban
los periodistas que venían a contar la guerra. Imagino la de gente que pasó por
ahí en su día y en qué situación se encontraban. Justo al lado de la Facultad,
por lo tanto, el edificio que ocupa el Consejo de Ministros de Bosnia y Herzegovina,
una imponente torre que aparece en cientos de imágenes de la guerra
completamente destruida.
Después de subir a la
cuarta planta de la Facultad, donde se encuentra el departamento de germanística
y comprobar, ciertamente, que el profesor en cuestión no estaba, he tomado
dirección a la Avaz Twist Tower, el edifico más alto de los Balcanes, muestra
de la renovación, reconversión y casi resurrección de la ciudad de Sarajevo.
Allí, en el piso 35, al que se sube con un ascensor escalofriantemente rápido, hay
una cafetería de precios siniestramente normales: Tercio de cerveza Sarajevska,
que es lo que yo he tomado, 3 marcos convertibles, es decir, 1,5€. Las vistas
son espectaculares desde ahí arriba. Situado en una colinita a las afueras de
la ciudad, desde ahí se puede ver la práctica totalidad de Sarajevo, a la
derecha, aún se podía ver algo de nieve en una de las montañas, en el fondo del
valle, el río y la parte más o menos plana de la ciudad, y las casas que
parecen nacer entre los árboles de los bosques que rodean toda la ciudad,
encuadrada mucho más entre montañas de lo que se pudiera imaginar: tal vez sólo
las dos orillas, las partes que están literalmente pegadas al río, y la zona de
la Baščaršija hasta Sebilj
(la Plaza de las Palomas) y de la
Ferhadija sean lo único plano de la ciudad, el resto, subidas y bajadas y más
subidas.
Desde ahí me he ido
andando hasta el edificio central de la BH Pošta,
construido en época de dominación del Imperio Austro-Húngaro con un estilo típicamente
centroeuropeo y señorial. He vuelto a hacer un intento por llegar a la sinagoga
asquenazí, pero me quedaré definitivamente sin verla, porque había cerrado ya
cuando he llegado y mañana, Sabbat, no abre al turismo.
Como ya iba siendo hora
de comer, me he acercado a un restaurante que está justo a la entrada del
barrio de Alifakovac, prácticamente enfrente de la Vijećnica. Comer
en ese restaurante, que tiene por nombre Inat Kuća ha
sido toda una experiencia, además de haber sido lo mejor del día seguramente.
El restaurante se encuentra en una casa típica otomana, justo a la orilla del
río, y tiene una historia un tanto peculiar. Se cuenta que, cuando los
austrohúngaros quisieron construir la Vijećnica tuvieron que expropiar ciertas tierras, pero
uno de los dueños de las casas no quería, así que el proceso se fue retrasando
y retrasando. Al final, lo que este señor reclamó y se le concedió fue que le
pagaran el dinero que fuera y le trasladaran la casa, piedra por piedra, a la otra
orilla. Recibe, por esto, el nombre de Inat Kuća, es decir, la
Casa del Rencor.
A pesar de lo que dice el
nombre, no hay nada de rencor entre las paredes de este restaurante. Cuando estaba
terminando de comer se me ha acercado un tipo que llevaba mucho tiempo sentado
en una esquina, vestido bastante informalmente, con pantalón corto de deporte, zapatillas
llamativas… Sin embargo, por como hablaba con la gente, por su comportamiento,
parecía ser alguien importante. Efectivamente, al acercarse a mí me ha contado
que era el dueño y que, por curiosidad, si le podía decir de dónde era y qué me
había traído a Sarajevo. Le he explicado la historia, que soy de España, que
trabajo sobre migrantes yugoslavos, sobre lo que ellos mismos escriben de la
identidad, de la pertenencia, del espacio… y que llevo dos años sin entender
nada de la vida. Ahí ha sido cuando ha salido inmediatamente el tema de la
guerra.
Yo tenía trece años
cuando empezó la guerra -me ha dicho-, una guerra causada sólo por el egoísmo y
los nacionalismos, por los políticos, para tener más poder, alimentada de
mentiras, que ha destruido Sarajevo, que era una ciudad avanzada, estupenda,
que tuvo el primer baño público del mundo cuando el resto de ciudades de Europa
han sido basureros hasta hace nada… Teníamos una ciudad avanzada, diversa, nos
llevábamos bien todos con todos, porque eso de que los serbios eran los malos…
qué serbios, porque yo tenía amigos serbios que estaban defendiendo esta ciudad
como la defendíamos los demás, que cuidaban el patrimonio que era de todos. Yo,
que vivía en la calle Zelenih bertki, enfrente de la catedral ortodoxa, sin ser
ortodoxo, me refugiaba allí, con cristianos, musulmanes y quien hiciera falta.
Aquí, en este restaurante, en una casa otomana, la mayoría de la gente que
trabaja en la cocina son serbios… El problema son los nacionalismos, y las
mentiras que se cree la gente. Y ahora nos va a costar treinta o cuarenta años
recuperar la ciudad que teníamos antes. Mi padre, que era militar cuando empezó
la guerra, se vio luchando contra su cuñado serbio, porque estaba casado con su
hermana en un matrimonio mixto. Se llevaban bien, yo me llevaba bien con mi tío,
que ha seguido casado con mi tía hasta hace un par de años, cuando ya se ha creído
esa mierda de los nacionalismos. Pero luchaban en bandos diferentes y se
llevaban bien y se querían, y sólo estaban separados por ocho kilómetros. Ahora
Sarajevo está renaciendo, pero necesita tiempo para volver a ser lo que era,
aunque la gente se quiere y tiene la esperanza de volver a vivir juntos, en paz,
porque eso es Sarajevo.
Luego hemos hablado un
poco sobre lo parecido que es el temperamento y la actitud españoles al de los
bosnios, o al de la gente de Sarajevo. Ciertamente, la gente en Sarajevo me recuerda
bastante al sur, a mi sur. Antes de irse me ha ofrecido algo más de beber, otra
cerveza, tal vez, me ha dicho, con mi vaso aún medio lleno, no, gracias, aún
tengo… ¿Un licor, algo? Por la conversación, me ha dicho. Querría probar alguna
rakija, he contestado, sin conocer muy bien las normas de cortesía en Bosnia.
Enseguida se ha puesto a hablar en bosnio con los camareros. ¿Quieres probar
dos?, me ha preguntado. Antes de que pudiera contestar, ya venía un camarero
con una especie de matraces pequeños de forma más o menos cónica con dos rakijas
diferentes, una transparente, como el aguardiente, y otra mucho más oscura,
hecha a partir de la mezcla de la rakija con hierbas, azúcar… una especie de
licor de hierbas pero con un sabor muy peculiar. Son artesanos, me dice, el
oscuro lo hacemos nosotros y el otro… lo hace otra gente.
Todo lo que ha venido
después en el día ha estado bien (por fin he entrado en la mezquita y en la
madrasa de Gazi-Husrev y he visitado la casa de un antiguo comerciante otomano),
pero ya no tenía apenas importancia: he comprobado hasta cierto punto la
hospitalidad, las ganas de conversar porque sí, de contar, de hablar de las
peculiaridades de Sarajevo, de lo orgullosos que están de su diversidad, de lo
cansados que están de los nacionalismos, que les han causado tanto daño, me han
hablado, efectivamente, de la guerra, de su historia, de su vida. He visto
Sarajevo de nuevo como una ciudad cercana y extraña. Y he probado una rakija
espectacular. Živeli!
jueves, 9 de mayo de 2019
Un viaje a Sarajevo IV: Experiencias místicas
Después del día de ayer, soleado y sin apenas nubes, parecía que en
Sarajevo sería imposible que lloviera, pero hoy ha amanecido lluvioso, nublado,
un día de esos en los que poco apetece salir de la cama, de los de arroparse bajo
una manta y leer tranquilamente. Pero yo he salido de la cama, tarde, eso sí,
porque después del día de ayer, de apenas dormir la noche anterior, de los viajes,
necesitaba descansar y, para qué salir a la lluvia sin planear el día. Así que
he aprovechado la mañana para elegir qué sitios iba a ver y qué ruta iba a seguir.
Desde que he salido de casa he entrado en la Catedral ortodoxa de la
Natividad de la Madre de Dios, la Catedral católica del Corazón de Jesús, el
museo Galerija 11/7/1995, el Museo de los judíos de Bosnia y Herzegovina, el
Museo Sarajevo 1878-1918, he asistido a un rezo en la mezquita de Gazi-Husrev y
he llegado justo a tiempo para que me cerraran en las narices el museo ortodoxo,
pero no la Antigua Iglesia Ortodoxa. Ha sido un día bastante religioso, aunque
me ha faltado la Sinagoga Asquenazí, que estaba cerrada cuando he llegado.
De los edificios religiosos el que más me ha sorprendido ha sido,
probablemente, la catedral ortodoxa. No había estado nunca antes en ninguna
iglesia ortodoxa y me resulta curioso que no haya ningún tipo de silla o banco
para seguir el culto. Es más o menos como una iglesia católica, pero está
absolutamente vacía, sólo las paredes están ocupadas con cuadros. De algún modo
ese espacio luminoso es sobrecogedor, da una idea de lo que aún falta por
llenar, como si aún no estuviera terminado. Soy incapaz de imaginarme una
ceremonia religiosa ortodoxa, aunque he oído que pueden llegar a durar hasta
cuatro horas. No lo sé. De cualquier modo, también me ha parecido curioso,
aunque razonable, el hecho de que sea casi únicamente en estos lugares
ortodoxos donde se escribe con letras cirílicas. De hecho, en la Antigua
Iglesia Ortodoxa, mucho más pequeña y blanca, más elegante, menos lujosa, la
señora que me ha informado de que el museo estaba cerrado lo ha hecho
hablándome en ruso y no en bosnio/serbocroata. No es que yo recuerde mucho de
ruso, pero de algún modo es la única persona a la que he entendido con cierta
claridad (todo en términos muy relativos) lo que me ha dicho desde que llegué
aquí, y no creo que sea casualidad.
La otra experiencia religiosa que me llevo del día ha sido el rezo conjunto
de los musulmanes en la mezquita de Gazi-Husrev. Pasaba casualmente por allí
para ver el horario de visitas y los precios cuando, de repente, he visto unas
pantallas encendidas a los lados de las zonas de rezo exteriores, poco después
ha empezado a sonar por los altavoces una voz que ha ido guiando el rezo. En el
interior de la mezquita, todo hombres, todos puestos en dirección a la meca, fuera,
en dos zonas separadas, dos mihrab y frente a cada una de ellas, otro grupo de
fieles, las mujeres en el de la izquierda, los hombres en el de la derecha. En
la mezquita, situada en el recinto de la Baščaršija,
reinaba el silencio, incluso con algunos curiosos, como yo, en el interior del
patio de la mezquita. En el centro del patio, la fuente que utilizan los fieles
para lavarse junto a un hermoso árbol. No tengo muy claro cómo, pero, de
repente, en un momento, han empezado a salir los que estaban dentro de la mezquita,
se han saludado, se han despedido, ha habido un momento de reunión, como los
que hay a la salida de la iglesia los domingos, imagino, pero de algún modo en
este acto había una parte de humildad, supongo que porque la ropa no era la
misma que los domingos se usa para ir a misa (la más elegante, la bonita). Aquí
la gente llevaba la ropa que le pillaba, asistía al rezo con la cotidianeidad
de lo habitual. De hecho, de la mezquita Careva, la mezquita del Emperador, he
visto salir a un militar, vestido con su uniforme, con el escudo de la Federación
de Bosnia y Herzegovina en el brazo, lo he visto sacar la gorra del bolsillo y
calársela para volver a la rutina del trabajo, imagino, para volver a ser un
soldado más. Yo estaba dentro del patio, solo esta vez, sorprendido de nuevo
por el hecho de que únicamente se escuchara el sonido del agua al brotar de la
fuente, a pesar de estar junto a una calle por la que no dejaban de pasar
coches.
De cualquier modo, la experiencia del día ha sido entrar en la Galerija
11/7/1995, dedicada a mostrar al mundo la masacre de Srbrenica en la que
participó el ejército de la República Srpska mientras la ONU miraba para otro
lado. Hasta el momento se han recuperado 8372 cadáveres, pero no se descarta que
aparezcan más. Durante la visita he pasado momentos un tanto difíciles, he estado
a punto de soltar alguna lágrima, la rabia y la impotencia, la incomprensión,
han estado presentes durante la mayor parte de las casi dos horas que he estado
dentro de la exposición. Es difícil de explicar que, después de tanto sufrimiento,
después de escuchar a Radko Mladić decir que era el momento de
vengarse de los turcos, la República Srpska sea una de las dos partes que
conforman Bosnia y Herzegovina junto con la Federación de Bosnia y Herzegovina.
La audioguía, en español, expresaba ese mismo sentimiento de desconfianza hacia
la policía de la República de Srpska en uno de los actos conmemorativos por las
víctimas de la matanza del 11 de julio de 1995, cuando cientos de musulmanes bosnios
se acercaron a Srbrnica y la misma policía que les aseguraba el paso en autobuses
era la misma gente que, unos años antes, los masacraba, pues anteriormente
habían formado parte del ejército de la república de los serbios de Bosnia. El
país, a consecuencia de esto, se ha puesto a la cabeza de la identificación de
víctimas y cadáveres, ya que tan sólo siete años después de terminar la guerra,
empezaron a trabajar con los huesos. He escuchado alguna historia devastadora,
como la de algunos padres que entierran a veces un único hueso, que es lo que
se ha encontrado de sus hijos, sólo por poder enterrar algo, porque no saben
si, en algún momento se encontrará algo más. Y es que resulta que los asesinos
movieron los cuerpos entre fosas para esconderlos, para decir que habían sido
muertos en combate, para poner dificultades, al fin y al cabo, a la hora de juzgarlos
por genocidio. De esos huesos pertenecientes a un mismo cuerpo y encontrados en
varias fosas comunes, destaca uno, el de un hombre cuyos huesos han aparecido
en cinco fosas diferentes. Tremendo.
Sea como sea, me quedo con lo que he escuchado a un sarajevés en el documental
Miss Sarajevo, en la misma exposición y dedicado a la vida de la Jerusalem
Europea durante el asedio: “El espíritu de Sarajevo es vivir juntos, y a quién
le importa de dónde seas”.
De esta ciudad, del día de hoy, podría escribir aún mucho más, pero lo
importante ya está dicho, hoy he visto de todo, he pasado de una religión a
otra sin caminar demasiado, he tomado café bosnio con un tipo que se llamaba
Huseim, que me lo ha preparado con una especie de zumo de limón con miel,
azúcar, canela y agua para acompañarlo, y me lo ha explicado todo en itañol, y
he mantenido una miniconversación en el mismo sitio con Mirža, que me ha deseado unos días geniales en Bosnia, y se le veía en los ojos
que lo decía muy en serio. Podría seguir escribiendo, pero tal vez no
terminaría nunca, y tal vez pueda escribirlo más adelante, con la calma de
quien reposa lo que ha visto, vivido y sentido. De momento, como escribí ayer,
en esta ciudad siento que he encontrado algo que reconozco, pero que no sabía realmente
dónde estaba.
miércoles, 8 de mayo de 2019
Un viaje a Sarajevo III: Descubrir lo conocido
El día ha comenzado
temprano en Budapest: sobre las siete y media tenía que estar esperando al
autobús para volver al aeropuerto y embarcar rumbo a Sarajevo. Madrugar no es
algo que se me dé especialmente bien, pero cuando tengo viajes así no es que me
levante temprano, es que duermo bastante poco entre los nervios del viaje y las
opciones que sé que tengo de quedarme dormido, así que algo antes de que a las
seis sonara el despertador yo ya tenía los ojos abiertos en la cama del hostel
donde dormí ayer. En la calle ya lucía un sol espléndido a las siete de la
mañana que me ha recordado que aquí los horarios son otros, que amanece antes y
se hace antes de noche, como en todo el mundo excepto en España, donde llevamos
el retraso acumulado.
Durante el vuelo apenas
me ha dado tiempo de cerrar los ojos mientras escuchaba Three Letters from
Sarajevo, de Goran Bregović y
ya estábamos aterrizando en el pequeño Aeropuerto Internacional de Sarajevo. Un
autobús conecta el aeropuerto con el centro por 5 marcos convertibles (KM),
unos 2,5€, y hace paradas en el Puente Latino y en la Sibilj, la conocida como
plaza de las palomas. Yo me he bajado en el Puente Latino para llegar al piso
en el que me quedaré estos días. Como aquí no sólo no tengo internet, sino que
ni siquiera me funciona la red móvil, estoy bastante desconectado y no sabía
muy bien adónde tenía que llamar, pero una señora de una peluquería, que me
veía bastante perdido, me ha ofrecido su ayuda y he acabado en un negocio en el
que me han ofrecido su red WiFi para poderme conectar a internet, así he conseguido
quedar con el casero. La simpatía hoy se ha notado.
Después de descansar
un poco he ido a pasear por la Baščaršija, el barrio más animado de Sarajevo,
según parece. Tiene todas las características para convertirse en un centro
masificado de turistas, pero sigue teniendo el aspecto de un mercado de
artesanía, centro neurálgico de cualquier ciudad en el que sus habitantes
pasean y se paran a disfrutar el paso del tiempo sin más prisa que la de evitar
que la bebida se enfríe. Muchas de las tiendas que antes serían de artesanía
son ahora lugares de cambio de divisas o simplemente tiendas de souvenirs, pero
el aspecto exterior salva aún el espacio y lo mantiene con esencia. El conjunto
de edificios más importante de la Baščaršija es el de Gazi-Husrev, compuesto
por una madrasa, una mezquita y un museo. En toda la zona encontramos una gran cantidad
de mezquitas, una iglesia ortodoxa (dos si contamos la Catedral de la Natividad
de la Madre de Dios, que está fuera de los límites del barrio), una sinagoga
reconvertida en museo y la católica Catedral del Corazón de Jesús, todo ello en
escasos 500 metros. Las estrechas calles de la Baščaršija dan paso, en la zona
oeste de la avenida de Ferhadija a calles más anchas, de estilo más
centroeuropeo, con edificos mucho más altos, ventanas y puertas más amplias,
más lujosas.
Esa zona más occidental
la he dejado de momento y me he dirijido al río Miljacka, que atraviesa
Sarajevo de este a oeste en dirección al Bosna. No es un río especialmente caudaloso
o cristalino, es casi un riachuelo si lo comparamos con el Danubio, por
ejemplo, pero los habitantes de Sarajevo le tienen un cariño especial, y su
longitud, de apenas 35 kilómetros, lo hace identificarse casi en exclusiva con
la capital bosnia. Junto al río, pegada al puente Šeher-Ćehajina, se encuentra
la Vijećnica, la antigua biblioteca
de Sarajevo, arrasada en agosto de 1992 y reconstruida con fondos europeos.
Actualmente ya no es biblioteca y ha vuelto a la función de administración gubernamental,
en este caso siendo sede del ayuntamiento de Sarajevo. He entrado sin
proponérmelo y aún no sé si vale la pena pagar la entrada de 10KM por visitarla.
Es difícil decir, porque es espectacular, a pesar de ser una reconstrucción, es
un edifico emblemático por muchos motivos y merece ser visitado, pero cinco
euros por una visita tan escasa me parece un tanto abusivo, pero en fin. En su
interior, el techo es asombroso, una cristalera muy colorida que no invita a
pensar en la impasibilidad de un edificio de la administración pública.
Ciertamente, me parece que sería más atractivo para albergar de nuevo una biblioteca,
pero qué no.
Al final de la tarde he
subido el largo camino hasta Bijela Tabija (Fortaleza Blanca). Tal vez no sea
tan largo, pero las empinadas calles sin apenas acera, con curvas y coches
pasando a una velocidad innecesaria más cerca de lo habitual han hecho la subida
un tanto lenta. Al llegar, aún no sé por qué, la fortaleza estaba cerrada, pero
desde arriba se pueden contemplar magníficas vistas de Sarajevo. He llegado más
tarde de la llamada al rezo que, según parece, crea un ambiente mágico en lo
alto de la colina. Por el camino, eso sí, se encuentra un llamativo cementerio
musulmán en el que está ubicada la tumba del primer presidente de
Bosnia-Herzegovina y, muy cerca, una suerte de escenario resguardado con unas
paredes llenas de nombres de lo que presumiblemente fueron ciudadanos de
Sarajevo fallecidos o asesinados durante el asedio de la ciudad, que duró 1425
días. Aquí la guerra sigue en la mente de todos, ya me han hablado incluso de
ella, pero nadie parece preocuparse de nada, la calma reina en esta ciudad, las
religiones vuelven a vivir juntas, los carteles están en un idioma y en dos
grafías. Todo sigue su curso fuera de la violencia.
Sarajevo es como
el sur que yo conozco, pero más silencioso, como si elevar la voz fuera contra
alguna norma tácita, o no tanto. Las calles de esta ciudad podrían estar en
cualquier lugar de España, excepto por el hecho de que allí la convivencia de
las religiones parece que nunca existió, se ha borrado de muchos sitios.
Sarajevo es el sur que yo conozco, pero de algún modo mágico algo más cerca de Centroeuropa.
Sarajevo me resulta sorprendentemente conocida y enigmática.
martes, 7 de mayo de 2019
Un viaje a Sarajevo II: Parada en Budapest
Budapest nos cuenta mucho de
su historia con sólo poner un pie en la ciudad. Desde el autobús que me lleva
del aeropuerto al centro se ven unos alrededores descuidados, casas con
fachadas desconchadas, de una parte más reciente de su pasado, parece. Pero en
cuanto se pone un pie en el centro, la ciudad se vuelve señorial, imperial,
edificios altísimos, con grandes entradas que lo dejan a uno aún más pequeño de
lo que es, aparecen por todas partes. Budapest cuenta la historia de su pasado
más imperial, más glorioso.
Para mí, Budapest es sólo
una parada necesaria más en mi camino hacia Sarajevo. Desde aquí, antigua parte
dominante del Imperio Austrohúngaro, es fácil llegar a Sarajevo, aunque no
tanto como pensaba. La compañía húngara de bajo coste Wizzair ofrece vuelos directos,
pero no hay autobuses ni trenes (al menos yo no los he encontrado) que vayan directamente
hasta allí. Imagino que es por el hecho de que la Jerusalem de los Balcanes no
se encuentra dentro de las fronteras de la Unión Europea. Desde aquí, parece
ser, la mejor manera de llegar en autobús es a través de Zagreb, una locura se
mire por donde se mire, si el objetivo del viaje es la capital bosnia.
Por unas cosas o por
otras me he visto en la necesidad de hacer ahora una noche en Budapest y casi
tres a la vuelta y, aun así, era mejor que pagar un vuelo desde España
directamente (es decir, con alguna escala propuesta por la compañía Fulanito Airlines)
a Sarajevo. Será tal vez porque esta vez es realmente sólo de paso y que la
ciudad me interesa ahora mismo solo como punto de descanso que no he preparado
absolutamente nada para hoy. Mi intención es descansar para poder llegar mañana
como una rosa a Sarajevo y aprovechar allí el día, así que me he dedicado a pasear
por los alrededores del hostel y he llegado al Danubio. Es magnífica la
sensación que transmite el río. Hace no mucho que leí el libro de Claudio Magris
y no puedo apartar de mi mente la cantidad de ciudades y de historias que están
regadas por este mismo río, que se alimentan de los mismos cuentos de quienes
los navegaban antaño. Y no sólo el río. La propia ciudad de Budapest parece una
suerte de oasis dentro de Europa. No sé si en términos positivos o negativos,
simplemente algo diferente. Me resulta casi imposible que una ciudad, una nación,
como ésta, completamente europea, haya sido capaz de mantener un idioma tan diferente
del resto, no ya sólo estando pegada a grandes potencias con cuyas lenguas no
tiene la más mínima posibilidad de entenderse, sino habiendo conformado con
Austria un mismo imperio que acabó dominando media Europa. Supongo que eso, en
cierto sentido, hace a los húngaros celosos de sus peculiaridades. Uno se
siente aquí en Centroeuropa. Tal vez diga esto porque, a mi lado, en el bar en
el que escribo esto, tres alemanes conversan entre ellos y hablan con la
camarera en inglés, que los conoce, que les ha preguntado si lo de siempre.
Todo junto al Danubio, que nace en Alemania, atraviesa Austria y Eslovaquia
antes de llegar a Hungría y luego seguir su camino hasta el Mar Negro. Yo me
siento aquí en Europa, en la confluencia de todos los que forman (¿formamos?)
parte de este continente, sé más o menos lo que pasa a mi alrededor, pero no
entiendo nada.
lunes, 6 de mayo de 2019
Un viaje a Sarajevo I: El comienzo
Trato de imaginarme cómo sería este mismo viaje hace algunos años. Hace 30 años sería algo posible pero tal vez extraño. En 1989 poca gente, supongo, saldría de Zafra con la sola intención de llegar a Sarajevo para recorrer sus calles y tratar de entender la sociedad bosnia. Imagino que sería extraño porque, entre otras cosas, aún no habían sucedido los acontecimientos que se recuerdan hoy cuando pensamos en Bosnia, en Sarajevo, en la Avenida de los Francotiradores y en el necesario Holiday Inn; aún se mantenía en pie la Vejecnica, aún la ciudad no había sido asediada por los vecinos serbios. Hace no tantos años Pérez-Reverte emitía desde las calles de Bosnia y Sarajevo terribles crónicas de guerra, los ciudadanos huían del país y se instalaban como refugiados en otras partes de Europa. Aún hoy, cuando he comentado a la gente más cercana que voy a Sarajevo, hay quien piensa más en eso que en un país que renace y que busca recuperar una vida normal dentro de las fronteras de Europa; hay quien tiene cierto miedo, y no negaré que yo no me he enfrentado a un viaje así nunca: nunca he llegado solo a un país del que desconozco casi todo, del que llevo varios años leyendo y que no termino de entender, de cuya lengua desconozco la práctica totalidad. No sé qué me voy a encontrar y, realmente, tampoco sé qué posibilidades tengo de comunicarme en inglés con los sarajevenses. Voy con la idea de eliminar los prejuicios que aún yo conservo, con la intención de traerme de allí algo más de comprensión y de contar a quienes me leéis, lo que me encuentre, cómo y con qué espíritu se vive en Sarajevo.
De momento, el viaje comienza en tren desde Zafra y me llevará a parar en varios puntos: Madrid, Budapest, Sarajevo. Durante el largo viaje que comparto con un señor que ha tratado tomar un AVE en Sevilla para llegar a Madrid y que se ha encontrado con que estaban todos los trenes llenos para todo el día y se ha visto en la “obligación” de tomar un media distancia de Sevilla a Huelva para allí enlazar con el media distancia Huelva-Madrid, un tren que sólo circula los fines de semana y que, de diario, tiene salida en Zafra. Sea como sea, debatimos un poco sobre las necesidades del tren en Extremadura y ambos contemplamos con la calma que otorga la obligada paciencia el paisaje: junto a la estación de Mérida, el acueducto de los milagros muestra su esplendor junto a un cauce seco pero previsiblemente liberado. Pienso entonces en mi destino final de estos días, y pienso en que, por muy lejos que vaya yo ahora, según dice mi abuela, ya los romanos llegaron antes allí, ya aquella zona pertenecía a un mismo espacio político, aquella gente tenía cierta conciencia, como la tenían lo emeritenses de entonces, de pertenecer a Roma. Cuando se dividió el Imperio, cuando hubo un Imperio Romano de Oriente y uno de Occidente, Bosnia quedó justo en la mitad, justo en la frontera entre ellos y nosotros, se convirtieron ya entonces en un pueblo de diferenciación y de encuentro, según se quisiera ver.
Espero tener mucho que contar y poder actualizar con frecuencia este espacio durante los próximos días. De momento, Madrid ya se ve al fondo.
viernes, 3 de mayo de 2019
Este hogar
Cuando puedo, apuro hasta el final en la Facultad, si consigo que sea hasta las diez, incluso algunos días hasta las once, cuando ya no queda nadie por aquí. Las tardes siempre son tranquilas, al mediodía el barullo de turistas y alumnos desaparece y el contraste con las mañanas es asombroso. Imagino que todo el mundo prefiere estar en casa con sus familias, cenando, viendo la televisión, tal vez en el teatro o en el cine, o sin hacer nada, simplemente descansando. A mí, sin embargo, me gusta disfrutar de la calma que brinda la Facultad por la tarde, hasta entrada la noche, cuando la oscuridad de los pasillos ayuda a pensar en otros muchos silencios y en otras miles de historias. Para trabajar siempre he preferido la calma, el sosiego y la bruma. Dejo que se vaya apagando el día y que de las claraboyas del despacho la luz desaparezca. Enciendo entonces solamente la luz del flexo, como si todo la luz fuera un foco de trabajo, como si mientras más concentrada esté, más y mejor avanzara el trabajo.
Para esa hora hace ya tiempo que la gente celebra en todas partes el final de la jornada laboral, pero yo no consigo adaptarme a ese horario, no consigo evitar respirar hondo y profundamente sabiendo que la gente descansa y yo trabajo y que, por las mañanas, quien descansa soy yo. Me siento bien. De cualquier modo, es en este escritorio, en esta silla, en este espacio de silencio, donde paso la mayor parte del tiempo en esta ciudad junto al Guadalquivir, así que supongo que será que, de algún modo, tras años de idas y venidas, de varias casas, ciudades y países, este sitio, este hueco en una esquina de la azotea de la Fábrica de Tabacos es, lo quiera o no, mi hogar hispalense.
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