martes, 10 de noviembre de 2009

Recuerdos de un pasado palpable

Uno pasa toda la vida en un punto, en el único punto en el que puede pasarla, y, quizá sea por ese sentirse obligado, no aprecia nada de lo que ese lugar le está legando. Llega al momento de partir, tomar una carretera y atravesarla de punta a punta, fijarse en cada una de las líneas discontínuas que separan los carriles y pensar en lo que deja atrás, en lo que, siempre olvidado, es como si, mientras lo vivía, no hubiera existido y ahora lo castigara con recuerdos constantes de momentos efímeros pero reales, de puntos muy concretos -un bar, un banco en la calle, un parque...- y a los que nunca les prestó atención. Uno recibe recuerdos de esa vida que pasó sin pena ni gloria y que lucha por hacerse un hueco, por pequeño que sea, entre las nuevas vidas; un punto que busca no quedar en el olvido entre los nuevos espacios que van apareciendo, que se van abriendo.

La vida es misteriosa: nos persigue hasta que morimos, y tras nuestra muerte queda triste y sin consuelo. Pero eso es porque, en realidad, no somos nosotros quienes vivimos en los puntos, en las vidas o en las personas, son todas esas cosas las que viven en nosotros.

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