martes, 17 de marzo de 2020

Cuarentena II: Apenas leo poesía

No soy un gran lector de poesía. De hecho, diría que soy un pésimo lector de poesía. A veces porque no la entiendo, otras porque no me llena y otras porque, al final, termino leyendo un poema y cerrando el libro, como si fuera una entidad completa, como si no le siguiera nada más. 

En algunos momentos de mi vida he tratado de hacerme a ella, de entrar en la poesía, como quien entra en el mar y se impregna poco a poco, con cierto respeto, pero con la seguridad de que aún pisa tierra; y en esos momentos he comprado decenas de libros de poesía, algunos por mera inercia, qué sé yo, José Hierro, Jaime Gil de Biedma, Machado... otros por necesidades del curriculum de las asignaturas optativas y otros, en fin, por curiosidad, por lecturas que iba haciendo y me termiban arrastrando hacia ciertos autores (y sí, casi siempre autres hombres, esa desdicha). 

Así, entre las estanterías de mi casa en Zafra aparecen bastantes más poemarios de los que he sido capaz de leer. Algunos los he (h)ojeado con cierta parsimonia, otros los he tenido constantemente en la mesilla de noche, como consuelo frente a las tinieblas,  al insomnio, al dolor, al desamor o la muerte. Es curioso, sí, que vuelva a la poesía sólo cuando necesito consuelo, cuando necesito explicarme lo que siento, cuando necesito poner palabras a algo que desconozco y que a la vez es concreto y preciso. 

Entre esos libros perennes en la mesilla de noche estaba Palabra sobre palabra, casi como un amuleto, casi como un remedio para poder dormir. En estos días de cuarentena he tratado de volver a la poesía, pero es difícil cuando, por ese obviar la poesía durante gran parte del tiempo, no se tienen poemarios a mano: muy bonitos todos en las estanterías silenciosas de Zafra y aquí, en Sevilla, sólo las guerras y los exilios, el dolor y el recuerdo. Una dura cuarentena. 

Leer poesía se convirtió para mí, de este modo, en algo íntimo y, si no doloroso, cargado de unos sentimientos muy profundos, muy intensos, unos sentimientos que he compartido, sobre todo, en momentos de debilidad, en la intimidad de una cena o de una cama. Si escribir poesía es desnudarse, leerla y compartirla es, a mi modo de ver, un verdadero acto de descubrimiento y entrega. 

De esta cuarentena nos salva la poesía. 

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