lunes, 23 de marzo de 2020

Cuarentena IV: este blog, la vida y las vergüenzas

Esto no es un diario, eso está claro. Ha pasado más de una semana desde que comenzó la cuarentena, de hecho, aún más desde que la empezamos voluntariamente las tres personas que ahora mismo la habitamos y no he escrito cada día, ni pienso hacerlo.

No es que haya mucho que contar en este tiempo y, sin embargo, suceden bastantes cosas de alguna forma un tanto distinta a como suceden normalmente. 

Al principio pensaba que estaría solo en esta casa, que me tocaría superar toda la cuarentena encerrado en soledad en estas paredes de gotelé desgastado del centro de Sevilla, pero no, al final somos tres en este piso. Bien es cierto que la diferencia entre estar solo y no prácticamente se nota sólo por la noche, cuando nos juntamos S., JL. y yo para ver alguna película proyectada sobre la pared rugosa del salón. En dos puntos concretos de la proyección hay dos alcayatas que no interfieren en la película pero que, cuando uno es consciente de que están ahí, no puede parar de mirar. Tal vez sea como con la cuarentena, que todo en casa cobra un valor distinto, una nueva perspectiva.

Por las noches, después de la película, me siento al escritorio para escribir algo que publicar en este blog cansino y a veces cansado, que lleva conmigo más de diez años y que resiste como puede los envites del tiempo y de mi propia vida. En él he escrito prácticamente sobre todo: algo de literatura, algo de historia, algo de viajes, algo de amor, algo de muerte... incluso me he atrevido con algún poema. Llevo tiempo pensando por qué esto sigue abierto, por qué sigue aquí, cuál es el sentido de que no lo deje de una vez, de que no empiece de cero y le dé un sentido unitario... La única conclusión a la que llego es que, de algún modo, este blog soy yo, es todo lo que he pasado, lo que he vivido, los cambios que he sufrido.

En estas entradas están los momentos en los que me creí más intelectual, en los que me creí más canalla, en los que más enamorado estuve, en los que más lloré y reí y creí. En los últimos tiempos, con más frecuencia de lo habitual, he oído decir que soy un nostálgico, que soy, tal vez, más nostálgico de la cuenta, que pienso mucho en el pasado.

No sé si será por cuestiones académicas o no, pero lo cierto es que sí, que pienso mucho en el pasado, pero no desde una perspectiva traumática o, llanamente, triste, sino que, más bien, trato de mirar al pasado para saber, para aprender, para entender. En esta cuarentena, sin embargo, no puedo sino pensar en el presente y en el incierto futuro, porque el pasado no me enseña nada sobre estar encerrado en casa durante días, sin apenas salir. Supongo, pues, que este blog sigue abierto para aprender de los errores y, sobre todo, para ser consciente, al fin y a cabo, de que están ahí, de que un día creí una cosa y ahora ya no, para saber que todo cambia, que todos cambiamos un poco, aunque seamos los mismos.

Esto no es un diario, pero sirve también para mostrar mi vida y, a veces, es igual de vergonzoso. 

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