lunes, 16 de marzo de 2020

Cuarentena I: Poesía recurrente

No sé exactamente en qué momento de mi vida me topé con un poema de Nazim Hikmet. Creo que estaba en Bremen, en aquel zulo en el que, en estos momentos de encierro, me alegro de no vivir. En realidad, supongo que siempre me alegraré de no volver a vivir en un sitio así, aunque ahora más. El caso es que ese poema me removió por dentro de algún modo. 

Escrito por un revolucionario otomano de la primera mitad del siglo XX, el poema representaba con una sencillez que no había visto nunca el dolor proletario, o partisano, un dolor por aquellos que están llevando vidas completamente distintas y que, sin embargo, sentimos como propias. De algún modo  indescifrable me emocionó y busqué poemarios de Hikmet durante algún tiempo en librerías españolas sin éxito alguno. 

Prácticamente me había olvidado de Nazim Hikmet y de su poema hasta que, hace unas semanas, volví a un bar en Sevilla que tiene, colgada de la pared del baño, otro poema suyo. De repente, mi cabeza conectó automáticamente con esos "cada mañana con el alba, / mi corazón es fusilado en Grecia".

Cada poco tiempo desde que volví a ese bar, digo, me viene a la mente ese primer poema titulado "Angina de pecho", ese sufrimiento por los que están más allá, por aquellos a los que no vemos, pero que sabemos que lo están pasando mal de algún modo que, seguramente, no alcanzamos a entender. Esto, unido a que en los últimos tiempos, por unas cosas o por otras, pienso en los enfermeros, en las enfermeras, en quienes esperan pacientemente a que suene el teléfono para empezar a trabajar temporalmente con unos horarios abusivos, en quienes entran casi en pánico cada vez que eso sucede, o en quienes se enfrentan a las loquísimas políticas británicas frente a la pandemia del COVID19, me hace pensar hoy otra vez en Nazim Hikmet y, esta vez, desde la tranquilidad de mi escritorio, acordarme del poema del bar, el que está colgado de la pared de un baño sevillano y dice:

Hermano mío,
enviadme libros con finales felices,
que el avión pueda aterrizar 
sin novedad, 
el médico salga sonriente
del quirófano,
se abran los ojos del niño ciego,
se salve el muchacho al que mandan fusilar,
vuelvan las criaturas a encontrarse 
las unas con las otras,
y se den fiestas, se celebren bodas.
¡Que la sed encuentre al agua,
el pan a la libertad!
Hermano mío,
enviadme libros con finales felices,
esos han de realizarse
al fin y al cabo.

(Nazim Hikmet)

De algún modo, aunque no lo creamos quienes trabajamos las guerras y la literatura, también hay finales felices, también las cosas pueden salir bien. Ánimo. 

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