viernes, 13 de marzo de 2020

Cuarentena (Prólogo): El coronavirus, la rata y la vida

Hace unos días, antes de todo este jaleo que nos trae de cabeza, quedé con una amiga que me contó un par de anécdotas curiosas de cuando trabajaba en un hotel en París. Una de ellas tenía que ver con una rata. 

Resulta que, cuando llegó al trabajo no funcionaba nada en el hotel. Era un hotel de los buenos, de los caros, de los que alojan a esta gente bien vestida y que van a hacer negocios, un hotel lujoso, en el que todo el sistema funciona a través de internet, no sólo entradas y salidas, sino cobros de todo tipo, comandas del restaurante, las llaves de las habitaciones...  Pues bien, ahí trabajaba M. mientras estuvo en París y de ahí tiene anécdotas de todo tipo. Le dije que merecían un libro, como mínimo, y ahora escribo esta aquí, en el principio de esta cuarentena de varias semanas por el coronavirus.

La historia es sencilla, realmente, no tiene nada de extravagante más allá de su extrema sencillez. Cuando M. llegó un día al hotel se encontró con que nada, absolutamente nada, funcionaba. Había un problema con el internet que no eran capaces de resolver. El técnico correspondiente, que había sido avisado por la mañana, aún no había llegado un par de horas después y, cuando, por fin, llegó, afirmó que lo solucionaría rápidamente. Tres o cuatro horas después el problema aún no se había resuelto. La situación en un hotel así en el que no funciona absolutamente nada no debe de ser muy agradable. Así que imagino que clientes quejándose de que no pueden trabajar, o de que no pueden tener la reunión prevista... en fin, el internet, que es lo que tiene, que lo tiene todo. 

Cuando el técnico consiguió dar con el error, me contaba M. ella no podía parar de reírse por dentro. No era, de hecho, un error, realmente, sino, más bien, un fallo provocado, efectivamente, por una rata, que se había comido un trozo del cable del internet. Yo que no entiendo nada de esto, imagino que debe de ser como el cable de la fibra óptica cuando el ténico viene y te dice que no lo dobles, que no lo pises, que te lo cargas y adiós siglo XXI. Pues bien, la rata no siguió ninguna de las instrucciones pertinentes con el cable y dejó a todo el hotel sin internet por un tiempo y, no sólo eso, sino que creó una serie de trastornos con los que ni un hotel de estas características ni sus clientes o trabajadores contaban. 

La historia me gustó, me hizo pensar cómo de fácil es que algo se joda, que algo se estropee o incluso termine. No sabemos muy bien lo que cuesta montar un hotel de esas características, como en la vida, no sabemos lo que cuesta, qué se yo, preparar unas clases, sacar una relación adelante, ahorrar... lo que sea, todo cuesta mucho más esfuerzo del que parece. Y sin embargo, a veces llega una rata y lo jode todo. Esa rata puede no ser una rata, literalmente. Estos días es el coronavirus, algo que ni siquiera se ve y que nos tiene confinados en casa, recluidos, que tiene alterado a todo el mundo; pero en el resto de la vida puede ser cualquier cosa: una relación se puede ir al garete por un mal gesto, por una mala cara, por una duda que no se sabe resolver, que no se aprecia, como el cable; los ahorros se pueden ir al traste porque alguien en la bolsa de Nueva York compre escobillas del váter a un precio irrisorio, qué sé yo. 

La cuestión es que la rata me hizo pensar que, efectivamente, todo se puede ir a la mierda por algo que parece insignificante y que, de hecho, tal vez lo sea, pero hay que saber contar con ello, ponerle remedio. El mundo pende de un cable y siempre hay una rata dispuesta a comérselo. Habrá que tratar de aprovechar antes de que eso suceda. 

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