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Mostrando entradas de 2019

No hay final

Todos los años, cuando se acerca el final de diciembre, pienso en escribir algo sobre cómo han ido los últimos doce meses, pero suele costarme, supongo que porque los años siguen sin parecerme que tengan comienzo en enero y final en diciembre, que, de algún modo, empiezan aún en septiembre y terminan en agosto. Aun así, desde hace ya casi tres, los años dan comienzo en abril, cuando el peso del tiempo y de la tesis se nota más, cuando la presión se hace más patente, cuando las prisas me miran desde la esquina oscura de la habitación y me sonríen diabólicamente. Este año ha sido difícil. Mucho. ¿Para qué engañarnos? La abuela J. ya no está tampoco con nosotros; ya no está al otro lado del tren que me lleva de un lado a otro, y eso creo que le quita a todo lo demás a importancia que pueda tener. Ha habido viajes, encuentros y reencuentros, nuevas amistades, nuevas personas y nuevos destinos. También nuevas necesidades. El año termina raro. Termina como sin terminar, como incomple...

Pasear Sevilla

¿Qué hace un humano sino pasear de una plaza a otra, de una calle a otra, de una ciudad a otra sin apenas darse cuenta? En el recorrido aparecen imágenes deseadas e indeseadas, también indeseables y deseables, peligros de todo tipo, lestrigones, ya se sabe. Los que habitamos las ciudades, con la prisa innecesaria que las caracteriza, pocas veces las paseamos con la calma suficiente como para contemplar las aceras plagadas de adoquines saltados, pocas veces dirigimos siquiera la mirada a los mendigos que pueblan en las entradas de las tiendas, al refugio del frío viento de la noche, de las hostilidades del mundo fuera de las casas que nos mantienen a salvo a los demás, entre las sábanas. ¿Con qué soñarán esos mendigos? ¿Cuáles serán sus pesadillas?  ¿Qué hace un humano, digo, sino pasear, buscar su destino? Hay quienes no pasean en las ciudades, quienes corren y las recorren, sin mirar, sin observar. ¿Qué sentido tiene vivir en un lugar que se desconoce? ¿Qué sentido tiene v...

La página en blanco

Cada noche al volver de la Facultad pienso en llegar a casa y sentarme a escribir algo sobre cómo las calles de Sevilla ahora parecen algo más cercanas que otras veces, que ahora son, de algún modo, un poco mías. Pienso que voy a llegar y por fin me voy a enfrentar a la página en blanco sin miedo, superado tras algunas pocas líneas, tal vez párrafos de escritura a lo largo del día. Pienso, y me lo creo, que con Leonard Cohen de fondo, como tantas otras veces, seré capaz de escribir algo para contar lo que siento - ¿sé acaso lo que siento?- al recorrer de noche las calles que se van vaciando de turistas. Pero cada noche, al llegar a casa, vuelvo a quedarme en silencio. Vuelvo a ver la página en blanco y no sé qué contar. No sé cómo ni por dónde empezar. Aún siento que Sevilla no me inspira. ¿O no será Sevilla?

Santiago y la memoria

La capital chilena es inmensa, alrededor de siete millones de personas conviven en una ciudad repleta de coches, de comercios y vendedores ambulantes. Habrá a quien este lugar no le parezca más que una ciudad grande, el tamaño ideal, dirán muchos urbanitas. Para mí es una ciudad inabarcable, atractiva al mismo tiempo que desasosegante. Al salir de la terminal de San Jorge, comerciantes ambulantes, con bolsas, gafas, zapatillas, comida, agua, refrescos, juguetes y todo lo que sea transportable para vender por la calle se hacinan por todas partes al grito de “a luca, a luca”. Casi todo cuesta una luca por aquí, da igual lo que sea. A veces los refrescos y el agua se venden al grito de “500 el agua, con gas, sin gas, hidrátense, refrésquense”, convirtiendo las calles cercanas a la estación en un mercadillo. Acercarse al cliente a la antigua usanza. No sé si Santiago es o no es una ciudad bonita, puedo decir que es, como todo en este país, un contraste en sí misma: en la Plaza de Arm...

Más montañas, unas termas y el sol

Junto al río Cachapoal, cerca de Rancagua, se extiende una impresionante reserva natural bastante agradable. Desde los senderos, rodeados de arbustos típicos de la precordillera chilena, se ven montañas y montañas detrás de las montañas. Las primeras, escarpadas y rocosas, aparecen delante de los picos nevados que dejarán caer sus aguas a medida que vaya terminando el invierno austral. Sólo la casualidad nos ha traído hasta aquí: nuestra intención era subir hasta Sewell, un poblado minero a 2 200 metros de altitud y al que, nuestro gozo en un pozo, sólo se puede acceder a través del autobús turístico que pone la compañía propietaria de los terrenos encargada de la extracción del cobre en la zona. Para llegar a la Reserva Natural Río Cipreses es necesario circular por una carretera de tierra y piedras durante unos cuantos kilómetros y salir de la civilización. Parece imposible que a no tantos kilómetros se encuentre la megalópolis Santiago. No tantos kilómetros en escala chilena, por ...

"Levántate y mira la montaña"

La carretera nos lleva entre los cerros andinos de camino al final de Chile. Al otro lado, Argentina. Este viaje no ha sido pensado, no ha sido nada planeado, nos hemos montado esta mañana en el coche en dirección al Cajón del Maipo sin saber adónde nos llevaría, dónde diríamos aquí está bien. A lo largo de toda la carretera, casas hechas de retales de otras casas, de madera, de cinc, de cualquier metal... Es llamativa la humildad con la que están construidos todos los edificios, como si los miles de turistas que deben de llegar aquí cada fin de semana y, sobre todo, en el verano austral, no dejaran dinero suficiente para renovarlas, para pintarlas, para hacerlas más habitables. Quizá sólo sea que lo que para mí, para nosotros, es lo normal, para ellos son simplemente lujos innecesarios. A lo largo de todo el camino imagino cómo serán las vidas de las personas que viven aquí, qué comerán, cómo será su cocina, su baño, sus camas: imagino salas bajas, oscuras, tés humeantes, caldos para...

El mar y los poetas

Si el poeta no tuviera estas vistas, si no tuviera estas rocas, esta playa, no es que probablemente no hubiera escrito los textos que escribió, sino que, tal vez, probablemente, nunca habría sido poeta. ¿Quién lo sabe? Es imposible decir si fue Isla Negra la que creó a Neruda o fue Neruda el que creó todo lo que es hoy Isla Negra. En la carretera, lejos del bullicio de Santiago y Valparaíso, está este pequeño pueblo costero en el que las rocas dominan toda la playa. Sobre la colina, pegada a la playa, la casa del poeta, uno de tantos que vinieron a dar a esta orilla del Pacífico. Su casa es una canción a la belleza, a la calma, pero sobre todo al mar. No sé describir la sensación que lo recorre a uno al subir los peldaños que dan al dormitorio y ve delante de sí una cama frente a dos inmensos ventanales que se abren al mar; desde ese dormitorio parece que se pudiera tocar la arena, que al agua vaya a salpicar el sueño por la mañana. La casa está repleta de mascarones de proa, como si...

La Joya del Pacífico

A este lado del mundo, junto al Océano Pacífico, todo tiene otro ritmo, otro color, el mismo idioma con otra cadencia. Entre las calles de Valparaíso la vida de la ciudad parece tener unas reglas propias. Desde el puerto a cada uno de los cerros que componen la ciudad, el color de las casas y los grafitis lo cubre todo. Se ven en ella los restos de incendios, de terremotos, de su historia, de un pasado en el que el dinero correría por sus calles como ahora corren las ganas por volver a salir adelante. Chile es un país de contrastes, probablemente más que ningún otro: desde el norte hasta el sur, cuatro mil kilómetros de costa, de montañas, de desierto, fuego y hielo. Aquí, en Valparaíso, los pescadores se reinventan, ya no pescan, ahora llevan a los turistas a ver leones marinos, y los más antiguos edificios se mezclan con la pintura callejera más moderna. Los trolebuses, antiquísimos la mayoría de ellos, fueron símbolo imparable de la renovación constante de una ciudad que ha pausa...

Memoria familiar: 28 años y una muerte

La memoria familiar es un discurso, un diálogo que se mantiene y que pervive entre generaciones, normalmente tres generaciones que escuchan y que cuentan unas historias que suelen ser la base familiar, la de las manías, las costumbres, las tradiciones íntimas, los juegos, incluso ahí se cuece que ciertas palabras que se mantienen en el tiempo en las familias. En mi familia no se han contado tantas de estas historias como me hubiera gustado o, si se hizo, yo no estaba presente o atento. Es uno de los problemas de no estar mucho en casa, de haber salido de aquí y no haber vuelto en mucho tiempo, que no estás cuando suceden o, en este caso, se cuentan las cosas. Además, esta memoria suele "saltarse" alguna generación, y son los mayores quienes cuentan a los más jóvenes y en estos tiempos de idas y venidas el contacto con ellos requiere de un esfuerzo que no todos hemos sabido llevar a cabo.  Probablemente incluso hay otros motivos que han supuesto el silencio durante muchos...

Un viaje a Sarajevo VII: De nuevo en Budapest

Después de Sarajevo, donde la vida era extraña y, sin embargo, cercana, como si la conociera de antes, Budapest se me presenta un tanto más lejana. En estas calles que me resultan familiares, conocidas de otros países y otros tiempos de mi historia, que me recuerdan, anchas y señoriales, a ciudades como Múnich o Stuttgart, a veces incluso a Berlín, con sus edificios amplios, de un pasado grandioso zarandeado por los acontecimientos; esta ciudad que me traslada con su amplio río al Rin junto a Bonn, o a Viena, kilómetros antes de aquí, me resulta, al menos hoy, mucho más desconocida. Sorprendentemente, sé cómo funciona todo, nada me es extraño, y, sin embargo, me siento más extranjero aquí que estos días pasados en Sarajevo. No sé si tiene que ver con el hecho, tal vez lógico, de que llevo dos años leyendo y releyendo sobre Sarajevo, sobre Bosnia, o si, más bien, el idioma es el mayor impedimento. Si en la ciudad junto al Miljacka no entendía apenas nada, pues no era capaz de descifra...