lunes, 20 de abril de 2020

Coronavirus XII: la calle y los vecinos

Desde hace unos días soy el único habitante de esta casa. Es extraño estar en un piso tan grande y tan vacío en el centro de Sevilla. Ni siquiera tengo la sensación de estar en Sevilla estos días, con este silencio y esta lluvia. A lo largo de la mañana y, sobre todo, de la tarde, me siento junto al balconcino que hay en el salón y saco los pies descalzos al sol. Me siento ahí a leer y a dejar pasar el tiempo. El confinamiento me está sirviendo, supongo, sobre todo para ordenar mi vida conmigo mismo. Si soy sincero, mi día a día no ha cambiado sustancialmente. Es verdad que echo de menos pasear, pero igualmente me paso las horas delante de los libros y del ordenador, auque antes lo hacía en el despacho. 

Cuando dan las ocho y escucho que los vecinos se asoman a aplaudir, lo único que tengo que hacer es levantar el culo del sillón y ya estoy ahí con los pocos vecinos que somos en esta calle estrecha. Realmente no he entablado conversaciones extensas con ninguno de ellos, solamente hablo más de vez en cuando con los vecinos de al lado que, a su vez, son los de la puerta de enfrente. Son dos señores mayores que suben de vez en cuando a caminar a la azotea, porque el médico les ha dicho que tienen que andar y, claro, ahora mismo está difícil. V., profesor jubilado de lengua y literatura, y M., que no sé a qué se dedicó pero que, como yo, prefería trabajar y estudiar de noche. Ella dice que sale una vez a la semana a comprar y que si se le olvida algo, va el marido otro día. Yo me he ofrecido para ir por ellos a la compra si fuera necesario, pero parece que tienen más ganas de salir que miedo a lo que les pudiera pasar. Hoy hablaban con la vecina de enfrente, que tiene una hija en Filipinas y que tendría que haber llegado el día 1, pero que de momento allí está, sin poder salir de la casa ni nada, también confinados. Me ha sorprendido, ciertamente, que se conocieran. Es decir, no parecía que se hubieran conocido estos días, sino, más bien, que ya tenían cierta relación. 

El edificio en el que vivo está prácticamente entero habitado, al menos eso parece. Son seis pisos y no alcanzo a ver a los del tercero, pero a veces se les escucha decir algo. De cualquier modo, al menos cuatro de los seis pisos están llenos. Enfrente hay dos edificios, uno bastante feo, a la derecha, con unas rejas horribles en todas las ventanas, y en el que todos los pisos parecen estar habitados. Desde fuera, sinceramente, no son nada agradable ese edificio, pero cuando se encienden las luces y las cortinas dejan ver lo que hay dentro, se divisan amplias habitaciones en las que uno podría imaginarse quedarse a vivir por mucho tiempo. En una de ellas se ve un señor ancho y cómodo en un sillón, reclinado casi siempre, que no para de leer libros gordísimos con una luz que parece muy agradable, y mi debilidad por las luces de las casas no me deja quitarle ojo. Al ver este edifico me pregunto eso de si es mejor tener vistas a un edificio bonito o vivir en uno. 

El otro edificio, el que está a la izquierda desde el balcón, es mucho más bonito. Tiene un extraño color amarillo y unas ventanas enormes. En la planta baja hay una copistería y un bar que se trasapasaba hasta hace un par de meses. Imagino que el bar volverá a traspasarse cuando esto termine. La puerta del edificio es alta y de madera robusta y, justo enfrente, tiene la entrada de otro edificio que también parece lujoso, con una entrada y un patio amplios. El edificio amarillo no sé cuántos vecinos tienen ni cómo es. Imagino que tiene también un patio interno o algo así, porque hay más timpres que pisos se ven desde mi casa. Los dos pisos que se dejan ver son eso, dos pisos. Es decir, cada planta, con sus cinco grandes ventanas y balconcillos, es una misma casa. En la primera planta estuvo un tiempo de esta cuarentena una familia. Creo que les pilló aquí, porque las ventanas suelen estar cerradas y luego han desaparecido. En la planta alta, un señor muy majo sale solitario todos los días a aplaudir. Hace un par de días lo escuché hablar con unas vecinas sobre la situación de la sanidad aquí y lo que opinaban en Alemania al respecto. Al parecer, su mujer es periodista y tienen contactos con corresponsales de periódicos alemanes en España. Puse el oído un poco, sí, para qué nos vamos a engañar. 

Esto es más o menos todo lo que se ve desde casa. El resto de la calle permanece en silencio, prácticamente. Algún vecino más se ve en un edificio blanco un poco más adelante y poco más. Hay decenas de ventanas que permanecen cerradas desde que comenzó este confinamiento, así que imagino que son casas que han estado viviendo del alquiler temporal, con inquilinos y no habitantes, así que imagino que son de esos pisos que no hacen barrio, incluso menos que los que vivimos en estos sitios por temporadas más o menos largas, pero finitas, siempre finitas. Hasta estos días, realmente, no le había cogido yo demasiado cariño a la calle, pero ahora, con tanto tiempo en casa, empiezo a tener la sensación de que la echaré pronto de menos. 

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