martes, 21 de abril de 2020

Cuarentena XIII: dos citas, Sarejevo y muchas anécdotas

Hace unos días leí en Manual de exilio, de Velibor Čolić, una frase que me persigue desde entonces: Yo no soy un hombre, soy una anécdota. Y supongo que, de un modo u otro, todos estamos hechos de anécdotas. Tal vez lo de Čolić sea una exageración, eso de ser una sola anécdota, pero imagino que no somos, realmente, más que una serie de incontables anécdotas, unas más inasumibles que otras. 

En estos días podría ser una anécdota salir a aplaudir todos los días a las ocho de la noche. O convertirse en un mensaje alto y claro. ¿Qué diferencia una anécdota de algo que pasa a ser realmente válido para conformar la vida? Somos anécdotas a las que les acabamos dando valor, al fin y al cabo, ¿no? Como anécdota podría quedar mi viaje a Sarajevo del año pasado si no fuera por todo lo que me acabó significando, si no fuera por la de imágenes que aún tengo y que no paran de venirme a la cabeza. En la misma ciudad podríamos contar como anécdota las veces que Vedran Smajilović, conocido como el violonchelista de Sarajevo, tocó una y otra vez el Adagio de Albinoni en las ruinas de la Vijećnica, la antigua Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina, rodeado de escombros, testigos de un brutal memoricidio. Tal vez esa anécdota sea, con la repetición y el valor que conlleva el hecho, más bien una forma de entender el mundo. Si no existiera el recuerdo, la memoria, ni siquiera las vidas serían anécdotas, dejarían de existir. 

Estos días no perdemos la memoria, no perdemos la cultura que nos rodea ni los restos de historia, al menos no de momento, pero volvemos a salvarnos y a refugiarnos en el arte, como tantas otras veces se ha hecho en la historia. ¿Qué haríamos sin poesía estos días, o sin historias que contar, sin películas, sin música? ¿Dónde quedaría la humanidad sin todo eso? Y no me refiero a la humanidad en términos de la naturaleza humana y el cojunto de todos los humanos, no. Me refiero a la humanidad en cuanto a la sensibilidad y a la fragilidad humana. ¿Qué tendríamos de esa humanidad sin el arte y sus diversísimas expresiones? 

Salvando las distancias insalvables, no estamos en guerra, por mucho que el discurso de los políticos sea de una batalla a vida o muerte. No está en juego ganar terreno al virus, no, está en juego salvarnos a nosotros. No luchamos contra un enemigo, luchamos contra la naturaleza, como ella lucha contra nosotros constantemente. A veces el ser humano cree estar por encima de ella, pero luego vuelve y demuestra que un virus que no es tan mortífero como el propio ser humano, ya nos acobarda, ya nos obliga a repensarnos, a reestructurarnos. ¡Qué predecibles a veces los humanos! 

No estamos en una guerra, digo, y, sin embargo, volvemos a entregarnos a las artes para sobrevivir. Ayer leí otra frase, esta vez de Nihad Kresevljaković, que también me ronda: "Durante la guerra nos dimos cuenta de que la cultura era una necesidad igual que la comida". Kresevljaković es director de un festival de teatro y fue uno de los artífices de que se siguieran representando obras teatrales en un Sarajevo asediado durante más de mil días. Tal vez podría haberse quedado en anécodta lo del teatro, pero los sarajevitas se vestían con sus mejores galas para asistir a las representaciones, tal vez para hacerse creer a sí mismos que no pasaba nada, o tal vez para demostrarse el valor de las historias que iban a ver en escena, el valor de esas anécdotas convertidas en alguna forma de cultura. Lo cierto es que el teatro les hacía recordar, a pesar de estar bajo las bombas, que la vida merecía la pena, iban allí a conmoverse teniendo centenares de muertos en las calles. Imagino las representaciones, de todo tipo, dramas, comedias, lo que fuera. La vida seguía estando en las palabras, en los escenarios, en los acordes. Mientras tuvieran eso, mientras tuvieran cultura y tuvieran arte, no se les podía arrebatar la humanidad. Comer era imprescindible, viene a decirnos Kreseljaković, pero también lo era mantenerse humanos.

En definitva, todos somos anécdotas, sí, y estamos hechos de ellas, esto que vivimos ahora, encerrados en casa, también lo es o lo será, sólo hace falta saber qué valor le daremos cuando termine y lo contemos, y qué valor  le daremos al hecho de que la cultura nos haya sacado de aquí. Tal vez sea que, simplemente, la cultura eleva las anécdotas a otro nivel, aunque, al fin y al cabo, qué más da, si todos seguiremos contándolas porque cualquier anécdota importa y porque son, irremediablemente, lo que nos da la vida

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