Para llegar a Dubrovnik por carretera desde cualquier punto del norte de Croacia es necesario pasar la frontera con Bosnia y Herzegovina. Uno no lo piensa normalmente, imagina Croacia como un país completo o, más bien, unido, pero hay una zona cerca del Neretva que rompe esa unidad y deja a Croacia partida en dos. Ese punto es el llamado Saliente de Neum, la única zona costera de Bosnia y Herzegovina y que, sin embargo, ni siquiera garantiza un puerto por su pequeñísimo tamaño. Parece ser que la República de Ragusa (Dubrovnik) decidió ceder ese terreno al Imperio Otomano para evitar tener frontera con la República de Venecia, con la que luchaba por la supremacía en el Adriático. De este modo, se aseguraba una doble defensa frente a la otra potencia marítima y, además, se garantizaba a los otomanos como aliados, a quienes deberían pagar un tributo y fin. Esa división terminó convirtiéndose en administrativa, también en Yugoslavia, y, más adelante, en internacional. De este modo, el lema de la ciudad de Dubrovnik, que reza en latín Non bene pro toto libertas venditur auro, se hace real en sentido irónico, porque tal vez la libertad no se venda ni por todo el oro del mundo, pero sí que tiene un precio y se puede comprar. Así que, si alguien, como yo, se desplaza por carretera hasta Dubrovnik desde, por ejemplo, Split, no le quedará más remedio que atravesar dos veces la frontera bosnia. Parece ser que éste es, además, uno de los escollos para que Croacia pueda entrar en el territorio Schengen, al que no pertenece a pesar de ser Estado miembro de la Unión Europea desde 2013. Cosas de la geopolítica y las fronteras.
Era ya bien entrada la noche cuando se encendieron las luces del autobús y el conductor pidió, en croata e inglés, que sacáramos los pasaportes y los tuviéramos listos para el control en la frontera con Bosnia. A nuestra derecha, en la casetilla azul, una joven y bajita policía bosnia se ajustaba la mascarilla poco después de terminar de hacer lo que fuera que hiciera en el ordenador. Parecía guapa, tenía la cara dulce de quienes aún no están asqueados de su trabajo, eso antes de ponerse la mascarilla, claro, morena de piel, de cabello castaño y liso, recogido en una larga coleta, con la espalda bien recta, subió con paso firme al autobús y fue extendiendo la mano uno por uno a todos los viajeros para que le diésemos la documentación. Sus ojos no dejaban entrever ningún interés en nosotros ni en nadie, como si pensara más bien en el último mensaje que le hubiera llegado al teléfono en una aburridísima noche de un lunes cualquiera de febrero. Noche de lunes de carnaval de un año de pandemia, mitad de una carretera concurrida normalmente. Ése es el escenario. Aquí podría comenzar cualquier novela negra, pienso. El frío seguro que se le mete en los huesos cada vez que sale de esa caseta y pone un pie en la calle. Revisó los pasaportes uno a uno, los introducía en la máquina y apuntaba lo que fuera que tuviera que apuntar. Anotó también la matrícula del autobús verdísimo en el que nos desplazábamos. Volvió a subir al autobús y nos fue repartiendo uno por uno esos libritos que dice quiénes somos y de dónde venimos, sin mirarlos siquiera, como si se los hubiera aprendido o como si, más bien, tuviera muy claro el orden en el que los había recogido, mecánicamente. En ese momento me miró a los ojos, como extrañada, me pareció, como si se preguntara qué haría un español en un autobús a esas horas, ese día, en esa zona del mundo. No es que sea la situación más rocambolesca del mundo, pero ¿a quién no le sorprende encontrarse con alguien de una nacionalidad inesperada una noche de diario en una frontera?
Después del paso fronterizo, los carteles del nuevo país, en alfabeto cirílico y en alfabeto latino, y fue entonces cuando pensé que la policía de fronteras es de los pocos cuerpos de seguridad que son bosnios enteramente, o sea, directamente dependientes de la República de Bosnia y Herzegovina y no de alguna de las dos entidades que componen el país. Ese pensamiento me rondaba la cabeza cuando vi una gasolinera, de la misma empresa que las que se encuentran en Croacia, exactamente igual, con ese ambiente de no-lugar, con ese aspecto de paso y eternamente repetido. Lo único que la diferenciaba de las croatas eran los números que anunciaban el precio al que se paga el preciado líquido. Después de tantísimo tiempo viendo un 9 antes de la coma, ver un 2 me cogió completamente por sorpresa. Luego, el cálculo inmediato: 9,36 kunas son aproximadamente 1,2€, mientras que 2,06 marcos convertibles bosnios son 1,03€, céntimo arriba o abajo. Si hay quienes mantienen su moneda para conservar cierta independencia económica, pensaba, pobres bosnios, que tienen la suya y ésta está sujeta a un tipo de cambio estable con el euro. A veces pienso que este país es sólo un experimento de muchas cabezas, de las que pocas son pensantes.
La principal industria de Neum es el turismo, así que no es extraño ver carteles anunciando casas turísticas, habitaciones u hoteles… pero a los diez minutos todo eso vuelve a cortarse en seco para dar paso a una réplica espacial de la frontera que acabábamos de pasar. Otra policía joven, que, perfectamente podría ser hermana de la anterior, realiza exactamente el mismo procedimiento. Tiene el mismo peinado, la misma actitud, aunque sus ojos denotan algo más de cansancio. Si no fuera por el uniforme que, en este caso, dejaba ver en el brazo una R y una H bien grandes, podría pensar que incluso era la misma persona unas horas después, como si el tiempo hubiera avanzado demasiado rápido. Pasaporte entregado y pasaporte devuelto, y salida hacia Croacia de nuevo.
Una hora más tarde llegaba a Dubrovnik, al hostal en el que me hospedaba la primera noche y, nada más entrar, dos bicicletas y una chica rubia y sonriente, belga, me dice; nos vamos mañana, cuenta. Le pregunto que si viajan en bici y dice que sí, que están haciendo una ruta desde principios de enero y que tienen planeado hacer un viaje de un año. ¿Un año?, ¿hasta dónde queréis llegar? A Mongolia, me dice. Pero eso está lejísimos… Sí, bueno, es un viaje de un año, mañana cruzaremos a Montenegro y, si todo va bien, después a Albania, Gracia, Turquía, Irán…, pero a ver cómo están las fronteras, porque hoy Grecia la tiene cerrada; si no se puede, tendremos que ir hasta Bulgaria a través de Macedonia del Norte. En mi cabeza intento reconstruir el mapa del trayecto y pienso que, efectivamente, cruzar fronteras no puede ser tan fácil como en el Saliente de Neum. Buen viaje y mucha suerte, a todos los que las cruzan.
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